SEXO

A LA VENTA

75 000 mujeres en el país se dedican al trabajo sexual, según la Red de Trabajadoras Sexuales del Ecuador (Redtrabsex). De ellas, 50 000 están en locales y 25 000 en las calles.

En Quito, hay 204 locales dedicados al trabajo sexual, según los registros municipales hasta el 31 de diciembre del 2011. 20 de ellos están en La Mariscal.

La mayoría de los locales no cuenta con todos los permisos, como la autorización del uso del suelo. Esta permite que los cabarés solo funcionen en zonas industriales de la ciudad. La Mariscal es un sector comercial y residencial.

En el negocio del trabajo sexual también hay mujeres dueñas de cabaré. De los 204 locales registrados por el Municipio, el 32 por ciento tiene una propietaria.

LAS FACETAS DEL TRABAJO SEXUAL EN ECUADOR
historia
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Charla con ‘La Mami’, una dueña de cabaré

“Dios las trajo al lugar correcto” dice la señora de 45 años mientras ve a sus muchachas entrar y salir del vestidor de su cabaré. Su estatura llega al 1,50 m, viste ropa deportiva y su rostro está sin maquillaje. Le dicen ‘La Mami’ y es la dueña de uno de los cabaré más antiguos de La Mariscal, que quizá a fin de año deje de estar abierto.

Es un sábado de noche y ‘La Mami’ deja su asiento tras la barra de licores de su negocio, el cual dirige desde hace 17 años. Desde allí observa al hombre cincuentón y de estómago abultado que baila un merengue con una rubia desganada, una de sus chicas. Más allá está el grupo de mujeres sentado sobre taburetes que mueve incesantemente sus tacos; una de ellas, de ajustado vestido rojo y escote ovalado, acaba de recibir la llave de una habitación.

‘La Mami’ no se limita a mirar desde la barra. Se levanta y va al vestidor, un cuarto de 20 metros cuadrados con 21 casilleros, dos bancas de esponjas expuestas, un espejo y un lavabo sobre el cual hay un florero transparente con cuatro rosas frescas y una marchita. Es un lugar de cuerpos desnudos, de ropa interior a medio poner.

Tiene nombre, pero solo permite que se la llame por su apodo de ‘La Mami’, según ella ganado porque guarda y cuida el dinero cuando las chicas se emborrachan, porque les levanta el ánimo cuando aparece la depresión, porque les dice que estudien, que no gasten la plata, que la belleza se acaba.

‘La Mami’ llegó a Quito hace 35 años. Es de La Maná. Viene de una familia de siete hermanos y “sin madre”. Con su padre llegó a la capital para superarse: estudió corte y confección en la noche. No ingresó a la universidad. Fue madre soltera a los 23 años y empezó a trabajar en una discoteca, donde aprendió cómo administrar un negocio con atención al público.

Un día se puso un bar a medias con un socio. Vivió en el mismo local y al año lo convirtió en un cabaré. Comenzó con tres “niñas” veinteañeras de El Carmen, según cuenta. Las arreglaba con vestidos y maquillaje, y les recomendó no besar a los clientes y no decir malas palabras. Para dar ejemplo, dice que no bebía ni fumaba.

Hace siete años compró a su socio la parte del negocio y se convirtió en la dueña de uno de los cabaré más antiguos del sector. El local funciona así: cinco dólares del pago para las trabajadoras sexuales van para la casa. No pueden cobrar menos de USD 20 ni más de 35. El cliente pone el precio. Todo depende del físico y la edad. Por eso ‘La Mami’ solo acepta chicas de hasta 32 años.

La señora conoce bien las vidas de las 17 trabajadoras que son de “planta” y de otras 30 que vienen de otros lados. Le viene de pronto la historia de ‘la tía’, una mujer que lleva 15 años en ese cabaré, tuvo seis hijos y abandonó a su esposo. Estos niños le dicen ‘madrina’ porque con regalos premiaba sus buenas notas. “Tienen que ser personas de bien”, les decía.

Ahora ‘La Mami’ mira a Norma*, quien afanada tiende la cama que una pareja dejó hace minutos. Norma tiene 47 años y hace 10 dejó de desvestirse para dedicarse a la única opción que le ha quedado en la vida: la limpieza de una casa y de un cabaré. Con un alcoholismo superado, de su otro oficio solo le ha quedado la costumbre de maquillarse los ojos con abundante delineador negro y de recogerse su largo cabello negro en una cola.

“Ella no puede caminar bien. Me ha dicho que va a morir”. Se refiere a Karina, quien se puso “un líquido en las nalgas”, le llegó hasta los huesos y quedó estéril. Es una choneña de caderas anchas y piernas cortas, el cabello aclarado y de ojos verdes que acababa de ingresar a la habitación cuya puerta está pintada con dorado un número cuatro.

A Doncella la considera una chica inocente. Recuerda con claridad una conversación que la asustó cuando sin ninguna preocupación hablaba del cáncer de su mamá o cuando confundió el estómago por el corazón.

En el vestidor, ‘La Mami’ (izq.) observa a una de las trabajadoras sexuales de su cabaré. El negocio se asentó en una antigua casa de La Mariscal. Foto: EL COMERCIO

El cabaré de ‘La Mami’ ha sido cerrado en varias ocasiones y en una de ellas pagó USD 3 000 para reabrirlo. Es ilegal al igual que los 20 centros que se dedican a esta actividad en La Mariscal porque no cumplen con todos los permisos.

Pero sus avatares con las autoridades no son la única causa de su cansancio al frente de aquella antigua casa que despierta cada noche para ofertar sexo. Dice que el costo de tener un negocio de este tipo ha sido alto. Sin amigos con quienes compartir sus logros por miedo al rechazo, por ejemplo. Sin una familia que pueda ayudarla porque decidió no involucrarla. Sin que sus hijos puedan acompañarla en su labor diaria.

‘La Mami’ intentó compensar a sus tres hijos con dinero. A uno le dio auto, ropa y lujos. Era su único varón, cuyo rostro ahora está como fondo de pantalla del celular de ‘La Mami’. La mujer tomó conciencia de su ausencia en el hogar cuando él, a sus 22 años, se había suicidado.

Después de la tragedia, ‘La Mami’ está segura que su misión en la vida es guiar a sus chicas. La luz salió después de refugiarse en la religión, de la que primero renegó. Confía en que las mujeres de su night club vean al trabajo sexual como un medio no un fin. Un medio para subsistir hasta que “las niñas” logren cambiar su vida. Cerrará el negocio solo cuando ello ocurra y ya tiene un plazo: “ojalá sea este año”. De lo contrario, espera que Dios las vuelva a poner en el lugar correcto.

*Los nombres han sido cambiados para mantener en reserva la identidad de las trabajadoras sexuales.