EL ZOMBIE, METÁFORA
SOCIAL

Esta figura de la cultura del terror se ha convertido en un fenómeno que se asocia a los comportamientos

Este individuo que asume un estatus de objeto, que pierde relación con el ser que existía en su cuerpo previamente, que carece de una conciencia fenomenológica, no tiene identidad. Este ser sin nombre es parte de una masa, que asociada a la visión sobre las clases subalternas se corresponde al ideario de una multitud desordenada y peligrosa. Y las asociaciones respecto de los zombis continúan, ligándolos con el totalitarismo como forma que no permite que otro tipo de sociedad que cohabite con ella, desvaneciendo geografías e ideologías ante su amenaza.

12 Enero 2013.

El Quijote Z’, ‘Orgullo y prejuicio y zombis’, ‘Lazarillo Z’ (todos ‘best-sellers’ en el 2009)... pero “en qué mundo estamos”, comentaría la abuelita. Y la respuesta se esboza desde una sociedad variopinta, que busca reencontrar su dignidad en medio de las crisis y el posicionamiento del entretenimiento como un ‘súmmum’ de metáforas sociales. Y de entre ellas, la más abundante en estos años: el zombi, figura cuya popularidad y significado han logrado proponerla como elemento contracultural.

Los primeros estudios que tomaron en serio algo que, usualmente, ha sido aceptado como una frivolidad del cine de terror fueron los realizados por folcloristas como Zora Neale Hurston o antropólogos como Wade Davis.

Actualmente -además de la producción cultural sobre ellos- la tendencia al hablar de zombis (facilona en algunos aspectos) apunta a verlos como sujetos funcionales para reflexionar sobre los problemas de la conciencia en relación con el mundo físico, para analizar comportamientos, identificarlos con economías muertas... esas que se arrastran por el mundo tras los ‘sesos’ del capital. Incluso hay quien -el ensayista Alain Finkielkraut- acoge esta figura para versar sobre la derrota del pensamiento o los cataclismos morales.

Si en sus orígenes el zombi se ligaba al vudú haitiano, como un muerto vuelto a la vida por efecto de los hechizos de un brujo; en la actualidad su figura es producto de pandemias y armas químicas, un signo apocalíptico lo define. El miedo atraviesa ambas concepciones y ambas concepciones tienen su correspondencia con la idea universal del temor a la muerte y con algún momento histórico específico.

Así, la primera versión del zombi, que data del siglo XVII, se asocia con los colonizadores europeos que llegaban a las Antillas –‘terra incógnita’- y a la esclavitud como sistema social: el esclavo al igual que el muerto devuelto a la vida era un ser privado de voluntad, una masa con un fin determinado; al menos así lo empataban relatos de la época, como los escritos por el francés Pierre Corneille Blessebois.

Mientras que la versión más reciente del zombi ha servido para ser interpretada como una respuesta y representación ante las preocupaciones de la sociedad actual, donde las crisis políticas y económicas, el cambio climático, las ¬enfermedades globales y la guerra del terrorismo sugieren la paranoia del Apocalipsis (más que nada como el deseo de la humanidad por atestiguar el fin del mundo).

Es decir, el zombi resulta en un fenómeno relacionado con el presente o el futuro inmediato, bajo la idea de catástrofes que llevan a la humanidad a la ruina y la ruindad, siendo el propio ser humano el causante de su existencia. Allí interfieren las preocupaciones sobre la naturaleza, las ‘estrategias’ geopolíticas de guerra y el surgimiento de pandemias (la AH1N1, entre ellas): el hombre (muerto y vuelto a la vida) como lobo del hombre.

Este individuo que asume un estatus de objeto, que pierde relación con el ser que existía en su cuerpo previamente, que carece de una conciencia fenomenológica, no tiene identidad. Este ser sin nombre es parte de una masa, que asociada a la visión sobre las clases subalternas se corresponde al ideario de una multitud desordenada y peligrosa. Y las asociaciones respecto de los zombis continúan, ligándolos con el totalitarismo como forma que no permite que otro tipo de sociedad que cohabite con ella, desvaneciendo geografías e ideologías ante su amenaza.

Pero a la luz de lo propuesto por contenidos culturales recientes -filmes, teleseries y libros- se acepta la exterminación violenta de esa masa depravada. Las cabezas de los zombis explotan, las perforaciones en sus cráneos son válidas; golpearlos, acribillarlos, acabarlos uno tras otro es algo común y permitido, llegando a un nivel de erotización de las armas... Total, ¿qué tipo de culpa puede acarrear el matar a un muerto? Si como rezaba Gómez de la Serna en una de sus greguerías: “Lo más importante de la vida es no haber muerto”.

Flavio Paredes Cruz. - Editor
paredesf@elcomercio.com


VISITE TAMBÍEN: