‘Tenemos el veneno y el antídoto’

La poeta Carmen Váscones tuvo que interrumpir, en el 2012, los talleres de literatura que impartía en diferentes sitios del país, para tratar su cáncer de seno; hoy, comparte sus ideas sobre la enfermedad.

13 abril 2014.

La Carmen Váscones que me recibe en su casa de Playas: vital, bonita, radiantemente ataviada toda de blanco, no puede ser la misma que una semana antes, al teléfono, sonaba frágil –hablando bajito–, respondiendo: “ahí, ahí”, a la pregunta de cómo va su salud. No puede ser.

Y, de alguna manera que solo sus ganas de vivir pueden explicar, no lo es. Como cada dos meses, el día de nuestra conversación telefónica ella estaba en Guayaquil haciéndose el chequeo de rutina para mantener el cáncer a raya. Hasta ahora, ella va ganando la batalla que empezó a librar en el 2012, cuando casi por casualidad, sin síntomas realmente importantes y tratando de ayudar a una conocida que creía tener cáncer de seno, Carmen fue a parar al doctor y resultó que quien lo tenía era ella.

Ya no queda rastro de su calvicie absoluta, esa que le produjo una inmensa ternura de sí misma: “Me veía y me sentía como una recién nacida”, cuenta sonreída y serena, mientras conversamos en la casa cerquita del mar en la que vive hace aproximadamente 20 años.

Además de cuando estamos enfermos, ¿cuándo sentimos nuestra mortalidad?

Además de cuando estamos enfermos, ¿cuándo sentimos nuestra mortalidad?
Día a día. El problema no es ser mortal, sino cómo asumimos la posibilidad de ser y convivir con uno y con los demás.

¿Por qué apenas recobramos la salud volvemos a ser soberbios y descuidados?
Creo que no comprendemos. Es como este chiste: “Un carro atropella a una chica y los médicos dicen que no hay nada que hacer, pero la chica le pide a Dios que no la deje morir; él la salva. Luego ella sale y se hace todas las cirugías estéticas posibles. Pero sufre otro accidente y vuelve a estar al borde de la muerte y habla nuevamente con Dios y le recuerda que él le prometió otra oportunidad. Y Dios le responde: pero cómo voy a saber que eras tú, si no te reconocí”. Nadie entiende que la vida es un proyecto y que también hay oportunidades en las situaciones límite.

¿Qué no podríamos experimentar si la medicina avanzara tanto que erradicaría la enfermedad?
Siempre habrá problemas, siempre habrá dolor. Porque el dolor es signo de vida también.

¿Cuál es el papel de la enfermedad en nuestra vida?
La enfermedad es el otro reloj, el que no reconocemos, que nos dice: puedes morir, eres imperfecto, nunca vas a ser completamente adecuado… Cuando yo tenía 7 meses casi morí, pero un médico amigo de mi papá me salvó. Una vez conversando con el psicoanalista le pregunté por qué esa muerte no sucedió, y él me dijo que fue porque yo no quise. Tenemos que pensar en cómo se instala el deseo de ser de cada uno, de luchar, de sobrevivir.

¿Dice que la enfermedad es un termómetro de nuestro deseo de vivir?
Pasa como con la serpiente que carga el veneno y de ese mismo veneno se hace el antídoto. Todos tenemos el veneno y el antídoto.

¿Entonces el veneno es la enfermedad y el antídoto sería nuestro deseo de vivir?
Claro. Nuestro deseo de transformar el veneno en antídoto, permanentemente.

¿Qué oportunidades nos abre la enfermedad?
Nadie quiere morir ni pensar en la enfermedad y por eso muchas veces no nos damos cuenta de que estamos enfermos hasta que es muy evidente. Pero en todo caso, lo primero que enseña la enfermedad es que nadie puede vivir por uno. Y también que solo uno puede morir por uno.

¿Por qué vale la pena hacer todo lo que sea necesario ­­­para vencerla?
Porque la vida es una lucha, un combate en el que tenemos que imponernos con las memorias sanas y hacerle frente al monstruo.

¿Tiene sentido la prolongación médica de la vida incluso a costa de su calidad?
Tengo un amigo que está sometiéndose a quimio en este momento, porque le volvió un tumor que tenía en el cerebro. Su deseo de vivir le hace someterse a esa experiencia difícil. Son momentos muy duros. Yo tenía la opción de darme la quimio o no, y mi esposo decía que no, pero yo decidí hacerlo. Yo quiero vivir, y mi opción fue someterme a 38 radiaciones; luego vino la quimio para prevención. Me sometí también a la prevención porque mi deseo de vida se impone y yo mando en mi cuerpo.

¿Y la calidad de vida?
Hay un riesgo y todo cambia. Después de un cáncer uno no vuelve a ser el que fue. Se pasa por cortes, por decisiones y al cuerpo hay que rehabilitarlo. Pero en mí no ha cambiado mi energía interior, mi capacidad de amar la vida ni mi voluntad de imponerme sobre el momento más difícil.

Era la única opción.
Si hay el chance de vivir más, bienvenido. Y si no pasa, pues igual aposté todo. Me la jugué. Tengo proyectos en mi computadora, amo la vida, a mi familia, a mi esposo.

Si inevitablemente, en cualquier medida, hemos de vivir la enfermedad, ¿de qué manera es mejor que sea?
Todos nos merecemos calidad de vida con o sin enfermedad y más aún alguien que tiene poco tiempo. Si vas a morir en 6 meses, ¿qué harías? Pues darte calidad de vida, la que te mereces, la que no has tenido. Una persona enferma sigue siendo un ser humano con vida por fuera de su enfermedad, con deseo, con vínculos, con ganas de escuchar un chiste.

No hay que encerrarse en la circunstancia.

No hay que meterse en el ataúd antes de tiempo.

Las tres reglas del buen enfermo.

Lo primero es tener sentido del humor. Luego involucrarse, tomar decisiones y traducir el miedo; yo le pongo color al miedo con palabras, con dibujos, me encanta reciclar y transformar lo que aparentemente está destruido. Y hay que descubrir el don que te relaja; cuando no quiero saber de la palabra, dibujo y no soy pintora. Hago lo que me da la gana.

Ivonne Guzmán. Editora
iguzman@elcomercio.com

Carmen Váscones

Nació en Samborondón en 1958, “antes de que la invadan”, como ella dice. Estudió Psicología Clínica en la U. Católica de Guayaquil. Escribe desde que tiene memoria, y ni su dislexia ni su disgrafia infantiles se interpusieron en ese camino. Es poeta; ha publicado 5 libros (“escribo todo el tiempo, pero soy vaga para publicar”), cuatro de ellos forman parte de una antología que publicó la CCE.

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