#SerMujerEnEcuador

Como un homenaje a Marina Menegazzo, a María José Coni, a todas las asesinadas y a más víctimas de violencia de género EL COMERCIO invitó a 9 mujeres a escribir cómo ha sido la vida de la mujer en estos últimos 365 días en el Ecuador. ¿Qué impacto tiene la violencia de género en el país? Ver más...

Carla Cevallos Romo

Mujer, una palabra que lleva implícita una esencia mística, valiente y rebelde. Desde niña decidí luchar a favor de la equidad de género y esto me condujo a repudiar los estereotipos, llegué incluso a cuestionar los juguetes que se consideraban “adecuados” para las niñas y aquellos que no, lo cual –en su momento- pudo ser interpretado como un enfrentamiento a la autoridad de mis padres, pero no era así, era mi afán de mantener un razonamiento lógico sobre las costumbres, sobre los estereotipos de género.

Los deportes no son ajenos a ese sesgo y a las mujeres que nos gusta jugar futbol nos ha costado mucho lograr posicionar nuestro gusto deportivo, nuestros campeonatos y juegos amistosos en una agenda deportiva en la que también predominaban los hombres.

En estos últimos 365 días la lucha de nosotras las mujeres no ha cesado, sino que –desafortunadamente- ha venido acompañada de lamentables y trágicos sucesos que nos han hecho sentir que nuestra lucha ha sido en vano y que hemos retrocedido como sociedad, pues hemos podido atestiguar expresiones de violencia (de toda índole) que han victimizado a mujeres de toda edad.

Sin embargo, las mujeres debemos mantenernos comprometidas con generar el involucramiento de hombres y mujeres, pues sólo así esta lucha encontrará frutos, producirá los cambios que necesitamos en los comportamientos de las futuras generaciones, para erradicar el micromachismo y lograr condiciones de una verdadera equidad de respeto y armonía en la convivencia cotidiana.

Daniela Salazar

La muerte de María José Coni y Marina Menegazzo impactó, pero no modificó las vidas de las mujeres en Ecuador.

Impactó, porque es imposible que una de nosotras haya permanecido indiferente ante la violencia extrema que sufrieron. El temor de ser las siguientes víctimas nos paralizó. Luego, las estadísticas nos recordaron que es más probable que nos maten en casa, nuestros más cercanos, a que nos maten en Montañita, unos extraños.

Entonces, el terror se conviertió en indignación. El duelo individual se transformó en colectivo. Nos unimos, nos organizamos. Nos llenamos de valor. Alzamos nuestras voces. Denunciamos el acoso. Juntas nos sentimos fuertes, amadas, respetadas.

Pero la esperanza duró poco. Porque no estamos todas. Porque a María José y a Marina, como a muchas otras, ya las mataron. Y porque las razones por las que las mataron, siguen intactas. Porque vivimos en un país donde las masculinidades no se cuestionan, y la misoginia se celebra. Un país donde cada sábado, la pedagogía machista del Presidente se replica en cada esquina, naturalizando las violencias contra las mujeres.

Se sanciona el feminicidio, mientras leyes que asignan un rol estereotipado a la mujer siguen vigentes. Se aplaude la paridad, pero las estructuras de poder no han variado. Se obliga a niñas y mujeres a la maternidad, incluso en casos de violación. Se contrata a más mujeres, sin que la brecha salarial disminuya. Un país que se escandaliza ante los cuerpos de Marina y María José descartados en fundas de basura, pero no deja de cosificarnos.

Y mientras la mayoría de hombres se conforma con no haber violado a nadie, las mujeres siguen muriendo a causa de la violencia machista en la casa, en el colegio, en la calle y en el trabajo. Mientras no haya un cambio profundo en esos lugares, a las mujeres nos seguirán matando, violando, acosando, hostigando, silenciando y muchos etcéteras.

María Amelia Viteri

Escribo desde la incomodidad de este cuerpo de mujer, no su exaltación. Incomodidad porque el mismo me recuerda (no por si mismo) sino a través de las reacciones que produce al caminar en la calle, en los roles esperados, y sobretodo, a través de mi hija Simone, que ser mujer agota (y no por la maternidad, sino por la constante preocupación por su bienestar).

En mi caso, habiendo tenido la experiencia de vivir y trabajar en varios países e incluso continentes, ese agotamiento se acentúa en Ecuador. No se trata de índices de inseguridad ni indicadores de violencia, sino de un imaginario social y también cultural no solo aprobado sino reforzado por la fragilidad institucionalidad estatal (y religiosa, familiar, medios y educativa) que a su vez, en efecto cascada, se traduce en malestar cuya base es, ese cuerpo. Hay ciertas libertades de género que gano cuando salgo de Ecuador, que se traducen en sensaciones corporales (mientras pierdo en lo étnico, al marcarse mi Latinidad).

Tanto Simone como yo pudimos ser Marina y María José: similares espíritus inquisitivos, similar sensación de derecho a escoger, dedicación a buscarnos en otros lugares, mas sobretodo, similares cuerpos, marcados por un género. La imposibilidad de tantos hombres y mujeres de ver y actuar sobre estas violencias estructuradas muestra otro nivel de incomodidad: el de reflexionar a partir del cuerpo de uno mismo y lo que produce en ese tejido social y político.

El acento en Ecuador no es para marcarlo en una exclusividad de sexismo, sino para mostrar que dentro de la incomodidad y agotamiento que vivimos, es esa misma incomodidad y agotamiento que nos permite crear, resistir y mantener la esperanza.

Martha Ormaza

El 2016 un año en que pagué el precio de mi libertad interior. Antes, en los tiempos de antes, en el Ecuador podíamos darnos el lujo de ser artistas que vivíamos en los extramuros de la sociedad urbana, porque ella, de algún modo, auspiciaba nuestro quehacer y nuestra existencia implícita en su cotidianidad, en su identidad. El Estado era permisivo, frente a nuestra existencia. Una indiscutible mayoría femenina hemos poblado las tablas y nos hemos alojado en el imaginario de nuestra gente durante los últimos treinta años. Entonces, tampoco era fácil.

Hoy, frente al Estado un artista es un ciudadano más sujeto de tributo, pero que a cambio de tales obligaciones legales de forma y de fondo, no recibe nada. Nuestro patrono natural es el Estado quien, en cualquier sociedad medianamente organizada fomenta y protege la existencia las artes, sus procesos creativos, la experimentación, la investigación, la innovación. Con la actual normativa tributaria la Empresa Privada no puede apoyar el hecho artístico.

Parecería que estamos destinados a desaparecer por inanición como política pública. Cuando la salud falta dentro de estos parámetros, morir sería el destino. El público es el cómplice fiel que nos extiende el plazo de vida. Cuarenta y dos días de agonía y once de coma acortaron mi calendario del 2016, pero aquí estamos, entre estrenos e ilusiones con las nuevas generaciones de artistas, sobretodo, mujeres, en espera de la reglamentación de la Ley de Cultura, augurándonos que auspicie nuestro pan, el de nuestros hijos, y la libertad creativa, principal alimento de un artista.

Verónica Vera

Soy mujer en un país que se indigna por la violencia contra nosotras; pero, que en el fondo cree que nos la merecemos por tontas, por necias, por putas, por viajar solas.

Me han enseñado a sentir culpa de haber sido agredida por no elegir bien a mis parejas, de vestir como quiera y por eso provocar que uno o varios hombres me violen, de dejar que me maten a golpes por no haber denunciado a tiempo la violencia. Me han repetido miles de veces que soy culpable hasta que entienda que mi vida no vale nada, que mi cuerpo no es mío y que mi voz es innecesaria.

He encontrado formas de sobrevivir en un país que nos llama femiNAZIS por exigir que no nos maten, he aprendido a dejar la culpa y perder el miedo junto a otras. Cada vez que alguien me decía “cállate”, “no cuentes lo que pasó”, “no hables muy alto”, había una compañera diciendo “no calles”, “no fue tu culpa”, “grítalo”, “no temas aquí estoy”.

La solidaridad de quienes trabajan por el acceso a abortos seguros en medio de la clandestinidad, el amor de mis compañeras lesbianas que cogidas de la mano le hacen frente al odio, la voz de todas las que decidimos contar nuestras historias de violencia y decir #NoCallamosMás, la fuerza de quienes perdieron a una mujer que amaban víctima de feminicidio y ahora luchan por justicia, eso hace que cada día no les de el gusto de sentir culpa, que transforme el miedo que aprendí a sentir en rabia, en acción, en lucha, en feminismo.

Soy mujer en un país en que las mujeres decidimos resistir.

Cristina Burneo Salazar

Carla me pregunta qué significó para mí ser mujer en estos 365 días. Carla, a quien conocí en clase con inquietudes emancipatorias cuando ella estudiaba periodismo. Es una pregunta con buen grado de conciencia, que proviene de someter la experiencia cotidiana a la reflexión para construir sentidos renovados de esa experiencia. Cuando las mujeres nos hacemos estas preguntas, sacudimos los avisperos en que reposan cuentos demasiado viejos.

Ser mujer y ver a una mujer indígena, Lourdes Tibán, liderar la convocatoria a un paro nacional poniéndose de pie sobre todo el racismo y el machismo de que es capaz este país. Ser mujer y ver a Nua denunciar que no puede votar en la mesa de mujeres a pesar de ser una mujer transgénero. Ver su valentía, que me lleva a cultivar la mía. Ver a Pilar, abogada feminista, lograr medio millón de votos por un trabajo dedicado a las mujeres. “Hay mujeres votando por mujeres más que nunca”, dice. Comprenderme a mí misma a través de estas mujeres. “Somos, seremos, soy”: Dávila en clave feminista.

Ser mujer y enfrentar la censura: Un colega de la comunidad académica llama al medio en que colaboro para que retiren una de mis columnas. “Escribe con histeria uterina.” Mi colega ignora que “histeria uterina” es una redundancia etimológica, así como ignora que no me puede censurar.

Ser mujer y leer las muertes de María José y Marina, justo hace un año. Saber que tras de ellas hay cientos de muertas anónimas. Saber que para ser mujeres es necesaria la jauría.

Venus Castillo

Es muy difícil aceptar la pérdida de un ser querido y más aún cuando no sabes exactamente qué pasó con su cuerpo y por qué alguien pudo violentar, abusar y violar su templo.

Después de los miles de casos de femicidio en toda Latinoamérica en el año 2016 y no tener acciones contra ello, el ser mujer se vuelve más frustrante; mientras la tecnología avanza la mente humana se retrasa. Existen algunos movimientos femeninos que están luchando por transparentar la realidad de la mujer en el día a día para unir a más mujeres a levantar la voz en contra de todas las injusticias, es por esto que los grupos #NiUnaMenos #VivasNosQueremos #NomásAcoso han resurgido como un grito desesperado a la sociedad.

No es fácil vestirse bien y sentirse bonita sin esperar acoso callejero, no es fácil lidiar con la poca paga salarial por ser mujer “el querido techo de cristal”, no es fácil tener que esperar contacto físico obligatorio de depravados en el bus todas las mañanas rumbo al trabajo ¿Hasta cuando la mujer seguirá permitiendo el abuso familiar, los golpes, los insultos y la prisión mental?.

Mi nombre es Venus Castillo (Venus MC) y desde mis 13 años vengo revelándome a mí misma lo que no considero correcto en la sociedad, la música ha sido una de las mejores herramientas para expresarlo y más aún el rap que al tener la versatilidad de componerse con rimas en un beat, deja que el mensaje llegue completo y directo. El principal tema para llevar a la mesa es el maltrato, sumisión, aceptación de la mujer hacia el machismo y la poca tolerancia para llevar este tema a una conversación pública.

Amelia Ribadeneira

Hoy que se publica este artículo, tal vez sea más justo no hablar de mí, sino de las otras mujeres, aquellas que nos han inspirado para ser más fuertes y luchar a pesar de que puede estar el mundo en contra. Por ejemplo: Amira Herdoíza, la médica que dirige la Fundación Kimirina y que es la compañera del doctor Carlos López Ayala, el médico que la Corte Nacional de Justicia declaró inocente, el 18 de febrero, dentro del caso Mazoyer. Ella, Amira Herdoiza, desde hace siete años ha liderado la lucha para que se aplique la justicia en el juicio penal que se seguía a su esposo, y durante el mes en que estuvo detenido, no descansó un solo día hasta sacarlo de prisión. Amira Herdoíza es el rostro de la lucha, de la libertad y de la justicia.

También pienso en la madre y en la abuela del Principito. Estas dos mujeres se han enfrentado a la inmensa adversidad para sacar adelante este caso. Las dos han sido capaces de soportar la infamia, las dudas, las burlas… y seguir adelante con un proceso judicial doloroso y agotador, porque están seguras que lo que le ocurrió al Principito no debe quedar en el olvido y sin sanción por él y por las miles de víctimas de abuso sexual, violación e incesto que tiene nuestro país.

Y están todas las otras mujeres que a diario batallan por sus derechos, que no están dispuestas a ceder ante la violencia machista, que creen en la libertad, que no decaen, que siguen. Entonces, ¿qué ha significado ser mujer en Ecuador, el último año? Ha significado lucha.

Anaís Córdova-Páez

Empieza el año 2017 con la noticia de que siguen matando a nuestras hermanas. Mujeres que incrementan las cifras de violencia feminicida (y cuantas más no están en los registros), o que siguen desaparecidas en este país. ¿Cuál es el mensaje para las demás?¿Ser mujer en la sociedad ecuatoriana constituye tener una vida en constante peligro?

Feminicidio es cuando te asesinan por ser mujer, y además de eso el Estado y la sociedad lo encubren, lucran o se encuentran implicados; no solo tiene que ser tu conyugue. Pues solo debes ser mujer en una sociedad misógina para estar en peligro de violencia feminicida. Sin importar si somos argentinas, ecuatorianas, chilenas, colombianas, o si tenemos muchos o pocos años, o mucho o poco dinero, la violencia está presente en nuestro diario vivir. La organización del dolor, la ira, y las ganas de seguir vivas es lo que desmonta la idea de que es un caso raro, único, que esta vez, hace un año les sucedió a Marina y María José, pero sabemos que no solo son ellas. Que los asesinatos y la violencia no son casos aislados y sus responsables son machismos patriarcales a nivel de estructura que se continúan reproduciendo.

¿Que tienen en común María José y Marina conmigo, o con cualquier otra mujer en el Ecuador? Que somos mujeres, que todas hemos sentido violencia. Tal vez no la reconozcamos, pero la violencia nos hace iguales en este sistema, nos hace sensibles a la injusticia. Vanessa Landinés Ortega, Valentina Cosios Montenegro, Johanna Cifuentes Rubio, Angie Carrillo Lavanda, Angélica Balladares, María José Coni, Marina Menegazzo, sus vidas son honradas en la resistencia frente a la violencia machista. La historia de cada una de ellas vive a través de nosotras, cada acto de nombrarlas las revive, y su memoria fortalece esta lucha ante un Estado patriarcal que no da respuestas frente a la impunidad. La verdadera justicia con reparación aún no se ha logrado. Contamos cada día de impunidad. Las mujeres somos vidas concretas y necesitamos acciones concretas. Contamos cada día, transformando el silencio en gritos de justicia. Recordamos a cada una de las que ya no están porque ellas viven en todas nosotras. Contamos cada día que tomamos conciencia sobre las violencias, sobre el acoso, sobre el feminicidio y agradecemos que podemos gritar juntas que VIVAS NOS QUEREMOS.

#SerMujerEnEcuador

22 de febrero de 2016. María José Coni y Marina Menegazzo terminaron el viaje de sus vidas en Ecuador. A días de regresar a su natal Argentina, se encontraron con la muerte en Montañita, sus cuerpos aparecieron envueltos en fundas en un descampado cerca de la playa. Como basura. Sus vidas fueron apagadas por asesinos que las amortajaron y desecharon.

Un informe de la Comisión Ecuménica de Derechos Humanos (Cedhu) documentó entre enero y noviembre del 2016 80 femicidios en Ecuador. Solo durante las tres primeras semanas del 2017 se registraron 14 crímenes similares (asesinatos por odio a la mujer). Como consecuencia, 26 niños quedaron en la orfandad.

Las turistas argentinas no eran madres, pero sí hijas, hermanas, nietas, sobrinas, amigas. Eran seres humanos y eso no fue motivo suficiente para no ser agredidas. Antes de viajar, María José Coni le dejó a su madre una carta. “Disfruten el día a día que la vida es corta y pasa rápido”, escribió. “Llegó el momento de desplegar mis alas y volar sola” son palabras que retumban. Un análisis toxicológico dio cuenta de que las jóvenes fueron drogadas antes de que sus agresores pudieran tener relaciones sexuales con ellas. Se negaron. Las vulneraron, las mataron.

A Majo y Marina no solo las asesinaron en Ecuador, también las cuestionaron, después de muertas, por 'viajar solas', por ser independientes, por no quedarse en casa, por soñar.

Como un homenaje a Marina, a María José, a todas las mujeres asesinadas y a más víctimas de la violencia de género, EL COMERCIO invitó a 9 mujeres a escribir cómo ha sido la vida de la mujer en estos 365 días en el Ecuador ¿Qué impacto tiene la violencia de género en la vida del país?

Carla Sandoval / EL COMERCIO