Para los griegos, la palabra tirano no era peyorativa. Esta figura política representa la transición entre la oligarquía y la democracia.
Santiago Estrella G. 12 Julio 2014
A Pisístrato (607 -527 a. C.) le debemos que ‘La Ilíada’ y ‘La Odisea’ se conserven hasta nuestros días y saber quién es Homero. Fue quien promovió la transcripción de esos cantos de la tradición oral al texto escrito. Sin estos dos volúmenes, nos sería casi imposible entender la Grecia antigua y, por tanto, nuestra civilización occidental. Y a Pisístrato le debemos también el haber sido uno de los más conspicuos tiranos que conoció la humanidad.
La palabra tirano no tuvo en sus orígenes el mismo sentido peyorativo que tiene hoy. En realidad, tenía hasta un carácter benévolo para los antiguos griegos, que vieron nacer este fenómeno a partir del siglo VII antes de nuestra era, y que se consolida entre los años 650 al 500 a. C. Y su origen será la constatación de que la historia se repite, que nada es, en el fondo, original y que basta mirar en los helénicos para entender nuestro presente.
El origen de esta palabra viene de ‘tyrannos’, que quiere decir “amo” o “señor”, pero que se entiende como el gobierno de uno solo, en contraposición al gobierno de las oligarquías, la aristocracia, los grupos sociales dominantes.
Las tiranías aparecieron en Grecia como la transición entre los gobiernos oligárquicos y la democracia. Nacen como fruto de la expansión económica, la colonización, los intercambios comerciales, la monetización.
“Curiosamente, la creciente prosperidad -escribe Isaac Asimov- causó perturbaciones. Cuando la riqueza entraba en una ciudad, surgía una nueva clase de hombres poderosos: los ricos mercaderes. No siempre la clase terrateniente admitía compartir el poder político con estos nuevos ricos y eso engendró intranquilidad”.
Por aquellos años, parecía que en Atenas nacía la democracia. Aunque había un sistema judicial, hubo largos períodos en que no se nombraba a los magistrados. La sensación de desamparo ante el poder, sumada a las diferencias entre las élites, originaron levantamientos populares. Ese “pueblo” requería de un líder que los guiara.
Así apareció Pisístrato, en el 561 a. C. Su origen aristocrático no le hizo perder la perspectiva para gobernar por 19 años, aunque no en períodos sucesivos. Hábil políticamente, apeló a una treta para hacerse con el poder. Se presentó en el ágora totalmente ensangrentado afirmando que lo habían atacado. Pidió que se le otorgara una guardia armada. Se la concedieron y se valió de ello para conspirar y dar un golpe de Estado.
Se alió con los pobres pero no perdió el sentido del diálogo con los oligarcas. Confiscó parcialmente sus tierras para dárselas a los agricultores pobres, de quienes se valió para que le sirvieran como su guardia de garroteros. En los cargos públicos colocó a sus familiares.
El fenómeno del tirano se extendió por toda Grecia a excepción de Esparta. Los espartanos eran especiales. No solo que fueron conservadores en política sino que vivieron la insólita experiencia de tener una diarquía (dos reyes). Por eso, con su espíritu bélico, se dedicaron a combatir a las ciudades-estados que vivían bajo los regímenes tiránicos.
Todas las tiranías griegas tenían un rasgo común: el incentivo hacia la obra pública (caminos y acueductos, por ejemplo), el apoyo a la cultura y el conocimiento y el incremento de las fiestas.
Mal no les fue en esta relación tirano-ciencia. De hecho, pocos recordarán quién fue Trasíbulo, quien gobernó Mileto alrededor del 610 a. C., pero sí se recordará a ese grupo de hombres encabezados por uno llamado Tales.
Sería mucho después que los filósofos entenderían que la tiranía es un modelo cuestionable. Aristóteles (384-322 a. C.) concluyó que era la peor forma de gobierno posible. Destacó como parte de la evolución política de Grecia en tres fases: monarquía, aristocracia y la democracia.
En palabras de Aristóteles, no merecería detenerse a analizar las tiranías porque es una consecuencia de la monarquía. En el libro sexto de su ‘Política’, advierte sobre la más peligrosa de las tres tiranías posibles: “Un gobierno de violencia, porque no hay corazón libre que sufra con paciencia una autoridad semejante” .
La paradoja radica en que a los tiranos los amaban y los odiaban y no dejaron de tener conciencia de lo herditario. A Pisístrato lo sucedieron sus hijos Hipias e Hiparco. No lograron asemejarse a su padre. Hiparco fue, según Tucídides, un “fantoche” y murió asesinado.
Los griegos demoraron en entender la democracia como la mejor forma posible de gobierno. Fue algo que debió darse como un proceso en el cual mucho tuvieron que ver aquellos ‘buenos’ tiranos.