A pesar de los avances, el balompié femenino aún está lejos de alcanzar el impacto del que goza el fútbol de los varones en el mundo.
alejo@elcomercio.com AlejandroRibadeneira. Editor 13 Septiembre 2014
El fútbol femenino es, no lo neguemos, un misterio que se mantiene en gran parte aún insondable. El fútbol debería ser fútbol en cualquier lado y sin importar quién lo practique. Pero no es así. Como ocurre con oficios como la conducción de los autos, el liderazgo religioso y las reparaciones caseras, el balompié de mujeres está subestimado y sufre de un machismo que a veces raya en lo talibánico.
Lo curioso es que la FIFA, esa transnacional del horror y que se desenvuelve bajo la permanente sombra de la sospecha, se ha esmerado en otorgar una igual importancia a hombres y mujeres, aunque sea de forma. Por ejemplo, están los mundiales femeninos. Y en la ceremonia anual del Balón de Oro, la FIFA entrega el mismo premio al Mejor jugador del año y a la Mejor futbolista. Lo mismo pasa con los entrenadores.
Los camarógrafos, infames discriminadores, apuntan mayoritariamente a los varones. A Cristiano Ronaldo, el último ganador, lo cubrieron de flashes y lo abarrotaron de elogios y preguntas. Su imagen llorona por ganar el galardón fue tapa de todos los medios. En cambio, a... a… ¿cómo se llamaba la ganadora? Bueno, irónicamente, a ella no le pararon balón.
Quizás esto se debe a que las mujeres no le han hecho caso a Joseph Blatter, el presidente de la FIFA, quien en el 2005 les pidió que usaran “uniformes más ceñidos” para atraer público, como el voleibol. Una frase discriminatoria que generó ácidas críticas feministas. Esto no resta que de vez en cuando haya quienes intenten buscar uniformes más “atractivos”. En el 2011, el club ruso Russiyanka propuso que las chicas saltaran al campo de juego… en bikini.
Esto refleja la realidad del fútbol, cuya distancia entre varones y mujeres en aspectos extradeportivos es evidente y parece insalvable en el corto plazo. Los niños se compran los zapatos que exhibe Lionel Messi, no los de Homare Sawa, la jugadora que se convirtió en símbolo del esfuerzo de Japón de superar el tsunami. Ella, más heroica que muchos señores, no vende nada.
Los jóvenes con inquietudes tácticas sobre este deporte leen todo lo que dicen o escriben Josep Guardiola, José Mourinho o Diego Simeone; pero desconfían y desconocen los aportes de, por ejemplo, Silvia Neid, ganadora de seis títulos femeninos de la Bundesliga como volante. Como entrenadora, ganó el Mundial y dos Eurocopas. ¿Qué DT puede exhibir semejante palmarés?
Los niños anhelan vestirse con la camiseta de Falcao, Pirlo o Zlatan Ibrahimovic, pero jamás con la de Marta Vieira, a pesar de que la brasileña ha marcado más goles en su Selección que ellos.
Zlatan es un ‘crack’ pero también forma parte del grupo que mira a las futbolistas con desdén. En diciembre del 2013, enfadado porque en Suecia se lo comparó con la mejor jugadora local, la talentosa Lotta Schelin, dijo que el fútbol de los varones es superior y que el de las mujeres es aburrido. “No hay comparación”, dijo tajantemente el temperamental delantero de Suecia, país que posee una de las selecciones femeninas más poderosas del mundo. Eso dolió.
Seamos indulgentes con Zlatan... los ingleses han sido peores, pues excluyeron a las mujeres a tal punto que, hasta 1969, cuando The Beatles ya se desintegraba, recién las admitieron en la Federación. Hasta entonces, ellas jugaban en canchas de rugby o en prados improvisados, por un boicot que rayaba en lo misógino.
Ecuador no escapa a esta realidad. Todavía carece de una liga profesional con clubes que compitan todo el año. La Copa Libertadores de América de mujeres, instaurada en el 2009 por la Conmebol, se juega en formato de torneo corto, en un solo país, pues no son rentables los partidos de ida y vuelta, como juegan los caballeros.
Hasta el 2012, Ecuador enviaba a un equipo que representaba… ¡al campeón masculino! Lo que ocurría era que la Selección de Ecuador se disfrazaba del, por ejemplo, Deportivo Quito, y afrontaba el torneo con su camiseta y escudo, a pesar de que los chullas no tenían plantel de mujeres. Claro, no había torneo femenino y la Ecuafútbol decidió esta fórmula nada elegante para cumplir con el compromiso de enviar un representante. Los hombres las ‘daban clasificando’.
En el 2013 acudió el primer club femenino ‘de verdad’, el Rocafuerte, ganador de la primera liga de Ecuador, torneo que recibe aportes del Gobierno pero que tampoco ha alcanzado el profesionalismo que se requiere para elevar su nivel. También es sugestivo que los grandes clubes del país están ausentes. Ni Liga de Quito ni El Nacional ni Barcelona ni Emelec juegan. La trascendencia del torneo se mide en que Wikipedia no actualiza el desarrollo de la edición 2014 y que no es televisado. La Copa América tampoco lo es.
Hay esperanzas de que este panorama cambie. Las ligas barriales y los intercolegiales femeninos están consolidados, lo cual ayudará a fomentar el desarrollo de la disciplina y algo clave: el público que lo disfrute. Quizás algún día veremos a las niñas con camisetas de Lotta Schelin o Christine Sinclair. Y mejor aún, con las de Ligia Moreira, Margarita Barre o Ámbar Torres. Yo me las pondría.