SEXO

A LA VENTA

Ese “estrellato diferencial” del que habla Julio no solo se refiere a la belleza sino a su identidad social y económica, según el sociólogo Fredy Gómez. De cuánto dinero disponga dependerá cómo un trabajador se reconoce y se ofrece al resto

Francisco Guayasamín, director de País Canela –un portal web que da información sobre Diversidad Sexual en Ecuador- cree que los trabajadores sexuales que ejercen sus actividades en calle son más vulnerables a convertirse en seropositivos. “Ellos tienen tarifa con condón y sin condón”.

Según el sociólogo Fredy Gómez, Brasil es el país que más ha estudiado el trabajo sexual masculino. Gómez asegura que Sao Paulo es considerada la ciudad con los niveles más altos de este tipo de prostitución en el mundo.

Un trabajador sexual en la calle puede ganar desde USD 10. Según Fausto Vargas, de Coalición con personas viviendo con VIH, pocos hombres en la actualidad ofrecen sus servicios en las calles. La mayoría usa el Internet. Los puntos de encuentro entre los trabajadores sexuales y sus clientes por lo general son plazas, baños públicos, centros comerciales y saunas.

La antropóloga de la Universidad de Nueva York Anna Wilking, asegura que el trabajo sexual está muy separado de la identidad sexual. Eso significa que un hombre que ofrece servicios sexuales a hombres y a mujeres no necesariamente es homosexual. ‘Estás ahí para ganar dinero, no importa con quién sea’.

Anna Wilking también asegura que el trabajo sexual masculino es clandestino debido al estigma machista de que sólo las mujeres pueden prostituirse y de que culturalmente es el hombre el único que puede pagar por sexo. Según Wilking, esos son roles socialmente aceptados.

El doctor Jaime Bolaños explica que el medicamento que provee el dueño de la casa de citas podría contener Yumbina, un compuesto de origen vegetal. Esa sustancia estaría provocando esa sensación de calor. Bolaños afirma, además, que la mezcla con alcohol puede generar alteraciones en el sistema nervioso central como ansiedad y angustia.

LAS FACETAS DEL TRABAJO SEXUAL EN ECUADOR
historia
5/5
La historia de un chico 3 estrellas

Blanco y de buen cuerpo, de un poco más de 1,70 m de estatura, pero sobre todo discreto y dueño de un servicio garantizado. Así se describe Julio*. El servicio que él ofrece es sexo o compañía solo a mujeres. Lleva alquilando su cuerpo en Quito desde hace un año. Ahora tiene 23.

Julio además de ‘anunciarse’ en Internet, pertenece a una casa de citas. Ahí los trabajadores se ubican en un ranking de belleza. Esa clasificación dependerá de la inversión de tiempo y dinero en su propio cuerpo con ejercicio y con looks que pueden sobrepasar los USD 100.

Sin reparos, Julio se reconoce como un chico tres estrellas y asegura que “a las cinco no podría llegar”. Para ser catalogado en la punta de ese lista hay que ser, según Julio, un modelo.

En lugar de trabajador sexual, prostituto o puto como muchos se autodenominan, Julio prefiere llamarse ‘gigoló’. Quizás porque el filme Gigoló por accidente en Europa, de Mike Mitchel le ayudó a descubrir cuál es la dinámica del trabajo sexual masculino. La comedia lo alivió. Entendió que, entre sus nuevas obligaciones, él debía acompañar a mujeres a fiestas de ‘alta sociedad’ haciéndose pasar por su amigo o pareja.

No siempre es así. A veces solo tiene que presentarse ante su clienta o sus clientas en una misma cita y a cambio de una cantidad ella o ellas recibirían un “vale todo” y podrán cumplir sus fantasías. Ellas pueden exigir un Julio bombero, policía, doctor, etc. Todo, excepto golpes.

Julio cuenta que en su infancia también trabajó, obviamente no de gigoló. Desde los nueve hasta los 15 años, él tuvo que relegar sus estudios para la noche. No tenía otra opción. Su padre se fue, primero de casa y luego del mundo. Él, al ser el mayor de cuatro hermanos, debía ser el proveedor económico junto con su madre. “Trabajé de todo”, recuerda. Entre otras cosas, de mecánico.

Julio dice que las “malas amistades” lo “dañaron”. Cambió los trabajos por farras y el gimnasio, terminó el colegio gracias a montos pagados a sus profesores. Después de esa época, no quiso regresar a las aulas. “Soy la oveja negra de la familia, a mí me gustaban más las salidas, las discotecas”.

Su madre no lo obligó a trabajar de nuevo y menos a estudiar. Pero Julio se había acostumbrado al dinero, a las fiestas y a los lujos. Y la solución para él la encontró en un gimnasio: ser un trabajador sexual.

Hace un año, unos amigos cuatro estrellas invitaron a Julio a iniciarse como trabajador sexual. Hasta le enseñaron a bailar. A Julio le tomó dos meses tomar la decisión. Tuvo miedo a las enfermedades venéreas, al sida. Pero el uso del preservativo en cada relación sexual, se dijo, no será negociable.

Desde el 2011 es parte de una casa de citas en el norte de Quito. La detalla como una oficina cualquiera, que ‘recluta’ chicos incluso a través de anuncios en periódicos. Ahí hay fotos y videos de 20 jóvenes ecuatorianos de hasta 28 años, según Julio.

Acuden mujeres de todas las edades para pagar por sexo, una despedida de soltera, un baile erótico o solamente por compañía. Ellas pactan con el dueño de la casa de citas, que cumple la función de intermediario, el precio de la compañía sexual, que irá desde los USD 300 por dos horas o 400 por 10. De ese monto, 50 será para el jefe. Las clientas deben pagar la comida, las bebidas, el hotel y el transporte.

Sin publicidad ni anuncios, ¿cómo su jefe contacta nuevas clientas? El intermediario, alto y de buen cuerpo, asiste a fiestas ‘importantes’ con sus “mejores chicos” y los presenta a potenciales clientas. También va elegante a las despedidas de soltera y filma a sus muchachos para luego enviar los videos a las clientas frecuentes o mostrárselos a las nuevas.

Él no se siente explotado: “Ganamos lo que merecemos”. En su casa de citas incluso le proveen unas pastillas antes de cada encuentro o cuando tienen “trabajo fuerte” con más de una mujer. También le recomiendan ‘borojó’ y plátanos.

Julio desconoce el nombre y el contenido de esas pastillas. “Drogas no son, nos daríamos cuenta”. Dice que son cápsulas blancas y que después de tomarlas siente que le “arde la sangre”, “te acaloras”. La excitación viene solo cuando tiene contacto físico con su compañera de turno.

Estas, según él, le ayudan a poder cumplir con los ‘términos del contrato’ con la clienta y mantener su energía casi intacta a la espera de la siguiente cita.

Julio suele encontrarse con sus clientas en los centros comerciales de Quito. Ella pagará además el hotel, la comida y el transporte. Foto: EL COMERCIO

Su jefe ha mencionado que esas pastillas son “naturales” y Julio asegura que nunca le han hecho daño. “Las podemos tomar cinco minutos antes del acto sexual con cualquier bebida, incluso licor”.

A Julio, en ese mismo lugar, le dieron dinero para que renovara su closet y compre un celular. Aceptó también cumplir el código básico de no enamorarse de sus clientas, no intentar buscarlas después ni saludarlas si coinciden en el mismo lugar. “Cuando hacemos el pacto lo que pasa aquí queda aquí”, enfatiza Julio. También le advirtieron: “mínimo tres relaciones sexuales por cita”.

En su primera salida casi llora. Se encontró con la mujer de 27 años en la av. Amazonas. “Ellas ya conocen las reglas, te ven, te dicen estás aprobado, vamos”. USD 300 obtuvo. “Solo a la cuarta clienta ya me hice al dolor”.

Un día Julio estuvo con una mujer que lo ató a una cama y lo golpeó. Asustado alcanzó a decirle que el pago no incluía esos tratos y ella lo desató.

A él lo han buscado mujeres de 25 a 45 años, de clase media alta, dice Julio. La mayoría, empresarias, oficinistas y universitarias.

En una ocasión, la esposa de un funcionario de alto rango lo contactó. Esa fue la única vez que pactó sexo con una mujer con ‘tremendo’ marido. Recuerda la historia de uno de sus compañeros, quien permaneció tres meses en el hospital por una ‘paliza’ que le diera un empleado del político involucrado en ese triángulo.

Un poco después de su ‘iniciación’, Julio adquirió otro trabajo. “Mi madre ya me estaba preguntando de dónde sacaba tanto dinero”. Antes de conseguirlo, se inventó contratos en empresas grandes y despidos hasta que fue contratado en un empleo, paradójicamente también nocturno. Julio se ha convertido en un buen negociante. Su supervisor y sus compañeros le permiten ausentarse cuando por ahí le sale una cita impostergable.

Julio, sin embargo, se lamenta por la falta de una compañía verdadera. Hace nueve meses, él se encontró con una gerenta o sub gerenta –no recuerda con exactitud- de una empresa internacional. “Me dijo que quería… quería que haga pareja con ella”. Ella quería una vida con él, pero no aceptó. La empresaria lo siguió buscando, pero desistió de la propuesta. “Ella es clienta frecuente”, cuenta.

Pese al dinero y los lujos, a Julio esta vida lo está agotando. Al principio lograba alquilar su cuerpo a tres mujeres por día y ahora son dos semanales. “Tres actos con una clienta ya cansa. Por una temporada te aguantas, pero ya después (el cuerpo) te empieza a pedir pastillas, a comer más”.

Julio sabe que sería fácil decirle a su jefe que ya no quiere estar ahí, él no los detiene. Se pone como límite este año. Por ahora ha empezado a dejar las pastillas. Pero cuando ya está decidido, recibe una llamada y cae de nuevo. “Una vez que te enseñas, ya no puedes”.

*El nombre ha sido cambiado para mantener en reserva la identidad del trabajador sexual.