Introducción

Las monarquías en el mundo se exhiben a lo largo y ancho de los siete continentes. De hecho no existe territorio continental que no tenga al menos una nación que se deba a un soberano real. En América por ejemplo países como Canadá, Jamaica y las Bahamas (por mencionar algunos) pertenecen al Reino de la Mancomunidad de Naciones, cuya Jefa de Estado es la Reina Isabel II.

Después de Asia, Europa es la región que concentra mayor número de estados monárquicos. De los 28 reyes que aún existen en el planeta, 10 ‘ejercen su poder’ en el Viejo Continente. Entre este número no se incluye ni a la Orden de Malta, ni al Principado de Andorra y tampoco a la Ciudad del Vaticano, que entran dentro de una categoría especial.

La clasificación única a la que pertenecen estos microestados hace referencia a una forma de gobierno similar a la monárquica, en la cual la sucesión no es hereditaria y los ‘soberanos’ ostentan también un cargo religioso alto.

Por definición el poder de una monarquía recae sobre una sola persona, un único soberano, es decir el rey o reina. Sin embargo, en las naciones que se manejan con esta forma de gobierno existen matices en cuanto a la división del poder, lo que determina distintos tipos de monarquía.

Las monarquías absolutas son una especie en extinción, en la actualidad existen únicamente cuatro, en Omán, Brunei, Brunei y Swazilandia, y ninguna de ellas se localiza en Europa. Por otro lado las más comunes son las constitucionales y las parlamentarias.



La mayoría de monarquías del Viejo Continente son constitucionales, salvo las de Bélgica, Suecia, España y Gran Bretaña (Reino Unido) que son parlamentarias. En las primeras el poder del soberano está sujeto a la constitución y la soberanía reside en el gobierno. Las funciones del monarca son de tipo simbólicas.

En el caso de las parlamentarias, que no difieren mucho de las constitucionales, el poder, funciones y actuaciones del soberano son controlados tanto por el Gobierno como por el Parlamento.

Aún con estas limitaciones los monarcas europeos se alzan como las principales autoridades o Jefes de Estado de sus respectivas naciones.

Adicionalmente, hay ciertos casos en los que los reyes o reinas son también cabezas de la religión que profesa la familia real. De esta manera los soberanos de Dinamarca y Noruega además de su condición de ‘majestades’ son los máximos exponentes, en su país, del luteranismo.

Esta situación se repite para la monarquía británica, en la cual la Reina Isabel II ocupa el puesto de ‘Gobernador Supremo’ de la Iglesia anglicana.

El resto de ‘gobernantes reales’, cinco de los cuales son católicos (Bélgica, España, Liechtenstein,Luxemburgo y Mónaco) y dos luteranos (Suecia y Holanda) no ostentan cargo religioso alguno.
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