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Nacidos de
la tragedia

Los rescatistas hicieron su tarea y partieron, igual que miles de voluntarios que llegaron a Manabí con donaciones y solidaridad. Estas son las historias de los que construyeron proyectos altruistas, sin fijarse plazos, y que ocho meses después del terremoto han hecho del trabajo en esas comunidades su razón de vida.

Domingo, un burro que transportaba libros, se convirtió en un alivio para los niños de Don Juan (Jama) luego del terremoto. En Arrastraderito (Pedernales) una pareja de esposos se instaló permanentemente para ayudar a los niños. Desde Bahía de Caráquez, un grupo de artistas extendió su iniciativa de crear arte sobre los murales destruidos a otras zonas de la costa. En Canoa, un grupo de jóvenes voluntarios demostró que la buena organización hace la diferencia. Todos estos personajes crearon iniciativas con un impacto positivo en las poblaciones. Este 1 de enero del 2017, EL COMERCIO cuenta la historia de estos cuatro proyectos como homenaje a las víctimas y a las manos que trascendieron y son evidencia del alto sentido humanista en el país.

2013

Rut Román viaja en verano a Don Juan para trabajar en un lugar tranquilo y alejado. Decide junto a su esposo Esteban Ponce vivir en la provincia de Manabí.

15/03/2016

Rut y Esteban acaban de construir su casa en Don Juan, ubicado en el cantón Jama.

16/04/2016

Un terremoto de 7.8 grados causa daños en Manabí y Esmeraldas. La casa de Rut y Esteban se destruye. Días después del sismo esta pareja va a la playa junto a su burro y empiezan a gestar la fundación A Mano Manaba.

21/06/2016

La comunidad de Don Juan celebra sus fiestas. Ese día miembros de la organización Cenit deciden donar la estructura de caña para la biblioteca del pueblo.

05/2017

Para esta época A Mano Manaba espera tener un bibliobús, un vehículo que llevará libros y material didáctico a los poblados más alejados de Manabí. La idea es replicar la iniciativa.

‘La gente al inicio nos preguntaba y usted cuándo se va, porque todo el mundo se fue’

Por Gabriela Coba

Después del terremoto del 16 de abril del 2016 en la Costa de Ecuador, fueron varios los que se volcaron a ayudar, donaron víveres, reconstruyeron casas o decidieron empezar desde cero. Pero, al pasar los meses las colaboraciones se fueron reduciendo. Así es el ser humano común, la memoria frágil; frente al desastre, el dolor, la angustia de los otros. Rut Román y Esteban Ponce no son corrientes. Junto a su burro Domingo, ocho meses después, continúan llevando conocimiento y alegría a ecuatorianos afectados por el sismo con su proyecto: A Mano Manaba.

Rut y Esteban son una pareja de quiteños, académicos desde hace casi dos décadas. Hasta hace pocos años vivían en Estados Unidos. Impartían clases de Literatura Latinoamericana hasta que un día se enamoraron de la vida en Don Juan, un poblado en el cantón Jama, frente al mar de Manabí. Decidieron vivir ahí. “Cuando tus sueños se realizan es momento de cambiar de sueño, porque si no te estancas”, comenta apasionadamente Rut.

“Regresamos a ver y toda la casa se vino abajo. Se aplastó de tal manera que no habría sobrevivido nadie allí"

Esteban es un hombre sencillo, callado, lleva el cabello largo recogido en una cola, tiene barba y un par de anteojos a través de los cuales se evidencia el trabajo y el cansancio. Rut tiene los ojos brillosos cuando habla de Manabí, de su cultura, de su gente y de sus proyectos.

El sueño de esta pareja era construir una casa en la Costa y lo cumplieron. “Regresamos con la idea de trabajar y vivir en Manabí, nos encanta esta provincia”, reseña Rut, delgada, el cabello ensortijado. La edificación estuvo lista el 15 de marzo y ese día se asentaron en Don Juan. Un mes y un día después, el 16 de abril del 2016, realizaban los últimos arreglos.

A las 18:00, Esteban instalaba unas estanterías, para sus libros. Rut colgaba la ropa y llamó a su esposo al patio, cuando sobrevino el terremoto. “Regresamos a ver y toda la casa se vino abajo. Se aplastó de tal manera que no habría sobrevivido nadie allí”.

Los días siguientes al sismo la pareja levantó no solo su casa, sino a la comunidad. Esteban recogió los ladrillos quebrados y les dio un sentido en su hogar: un camino de piedras desde la casa nueva, ahora hecha de caña, hasta la carretera, en la montaña de Don Juan.

Rut decidió ayudar a los vecinos con lo que sabía y tenía: sus manos, su voluntad y su camioneta. Junto con su amiga Alejandra Cusme, de Calceta, empezó a transportar los víveres y donaciones, la ayuda que llegaba, en el único vehículo a la mano. La pareja se volvió parte de Don Juan. “En pocas semanas nuestra relación con la comunidad avanzó en años. El terremoto nos quitó una casa, pero nos dio una comunidad, porque somos ya vecinos, no somos la gente que está de paso”, dice Rut, orgullosa. “La gente al inicio nos preguntaba y usted cuándo se va, porque todo el mundo se fue”.

Una tarde que habían trabajado tanto en medio de la lluvia, del lodo, de los escombros, entre la pesadumbre por tanto destrozo y la pérdida, cuando estaba “a punto de quebrarme, de llorar de la tristeza”, Rut le pidió a su amiga Alejandra que bajaran a la playa. Tenían algunas cosas que les habían donado, un par de libros y rompecabezas. Pusieron todo en una alforja que cargó Domingo, su burro, y fueron a la playa. Los niños de la zona se les acercaron y esa tarde jugaron, rieron y se olvidaron del terremoto.

Rut pensó “esto es lo que necesitamos”. Se dio cuenta de que tras el desastre una de las principales víctimas de la memoria humana eran los niños. “Ni el Estado ni las organizaciones ni los voluntarios tienen tiempo ni recursos para ayudar a los niños que estaban aterrados. No había manera de reconciliar el terror de los niños que habían visto a sus adultos quebrarse con el terremoto. Son muy jóvenes para saber que sus padres no son superhéroes”, sentencia Rut.

Dos niñas de Don Juan leen el libro 'La sirena y los gigantes enamorados'.

Con esa experiencia Rut, Esteban, Alejandra y Domingo empezaron a frecuentar la playa. Con libros, una frazada y una campana anunciaban a los niños su llegada. “Vamos a leer, no se queden burros”, gritaban para que todos los escucharan.

Los libros fueron un tipo de terapia para los menores. Rut ve en los textos una salvación para los niños. Los pequeños juegan con los libros, no necesariamente leen, muchos no saben hacerlo. Lo que hacen es mirar las imágenes y se inventan historias y cuentan cuentos a los otros niños. “Les ayuda mucho ver representadas sus emociones, su subjetividad, poder dibujar, poder pintar. Es importante sacar algo que te está invadiendo, poder objetivarlo, hacerlo un objeto por fuera. Esa es la relación con el libro, con la imagen”.

Esteban habla poco, pero cuando dice algo sus palabras son precisas. Para él “el desastre genera daños visibles, la destrucción de las casas, el desorden del ambiente, pero también otros daños que no se pueden ver, que no se pueden cuantificar”. El terremoto produjo uno de los peores daños, el emocional, ignorado por no ser evidente.

Para él, el daño del espíritu crea violencia, provocada por el agotamiento. Agotamiento por esperar ayuda, por no tenerla y por no saber cómo sobrevivir. Es por ello que está convencido de su iniciativa. “Los niños cuando se sienten seguros te cuentan el miedo que tienen, lo que está sucediendo, es un lugar donde se pueden expresar”.

“Las bibliotecas salvan vidas”, interrumpe Rut y complementa que no se trata de una oración aleatoria, sino que es una verdad. En Estados Unidos una de las respuestas de la reactivación económica después de la gran depresión fue la creación de bibliotecas públicas. Fueron un lugar seguro, sirvieron como un refugio del invierno y de la pobreza de la época. “Un lugar seco, limpio y seguro en medio del desastre te preserva la sanidad mental”.

En junio, para sacar la tristeza, la comunidad decidió celebrar la fiesta de Don Juan . Fue un festejo con esencia infantil, sin licor, sin baile entre adultos. Todos fueron a la playa, cocinaron en el horno manaba de Esteban y Rut, jugaron carreras de sapo, fútbol, hubo premios. En ese momento llegó alguien de la fundación Cenit y quiso aportar a la iniciativa A Mano Manaba. Así, la biblioteca pasó de ser una alforja en un burrito a una construcción de caña en medio de la comunidad, junto al albergue de Don Juan, donde todavía hay damnificados.

Rut y Esteban ya se habían planteado crear un centro cultural. Pero el terremoto fue un impulsador para ejecutar el proyecto.

Hasta la biblioteca de A Mano Manaba llegan niños con sus sonrisas y blusitas de manga corta. Escogen los textos que prefieren y con libertad empiezan a leer a su ritmo o criterio. Las tardes son viajes a mundos maravillosos. Por el impacto, Rut y Esteban tienen ahora un nuevo proyecto: llegar con sus libros a las comunidades apartadas de Don Juan, hasta donde no llega el servicio de transporte público ni manos solidarias ni donaciones. Su meta para mayo del 2017 es contar con un bibliobús.

Desde el 2013 hasta inicios del 2016 Rut y Esteban ya se habían planteado crear un centro cultural. Pero el terremoto fue un impulsador para ejecutar el proyecto.

Rut Román practica junto a los niños la lectura. La precursora de A Mano Manaba hace que leer sea una actividad didáctica al fingir voces y preguntar a los niños significados de las palabras que se encuentran en el texto.

Esteban aclara que el bibliobús “no es una biblioteca ambulante, sino que es un pequeño camioncito que carga colecciones de libros de acuerdo con los temas que se va trabajando con los niños. Además, se transportará equipamiento para otro tipo de actividades, un proyector para películas, colores, pinturas. También actividades culturales como teatro y títeres”.



A Mano Manaba es más que libros. El taller de costura convoca a las mujeres de la zona y la capacitación a niños y adultos. Otros proyectos de emprendimiento están en camino.

El desastre genera daños visibles, pero también genera daños que no se pueden ver.
Su casa es también hospedaje de gestores culturales que llegan para dar capacitación y aprender. El nombre A Mano Manaba es un juego de palabras de los objetivos de la fundación. Por un lado está la revalorización del trabajo manual y por otro el intercambio de saberes.

Quien viene enseña algo y la comunidad devuelve y se quedan ‘a mano’. Por ejemplo, un voluntario puede dar clases de fútbol y a cambio le enseñarán a pescar. Rut comenta que el manaba es un sujeto que no entiende la subalternidad. “Si tú le haces un favor inmediatamente te lo devuelve, porque deber favores crea distancias”.

Rut y Esteban crearon la fundación A Mano Manaba que ayuda a través de los libros a las comunidades del cantón Jama afectadas por el terremoto de abril.

Domingo Faustino Sarmiento es el nombre del burro de A Mano Manaba. Esto en honor a quien fue el presidente de Argentina entre 1868 y 1874. Este mandatario se destacó por su labor en la educación.

2013

Rut Román viaja en verano a Don Juan para trabajar en un lugar tranquilo y alejado. Decide junto a su esposo Esteban Ponce vivir en la provincia de Manabí.

15/03/2016

Rut y Esteban acaban de construir su casa en Don Juan, ubicado en el cantón Jama.

16/04/2016

Un terremoto de 7.8 grados causa daños en Manabí y Esmeraldas. La casa de Rut y Esteban se destruye. Días después del sismo esta pareja va a la playa junto a su burro y empiezan a gestar la fundación A Mano Manaba.

21/06/2016

La comunidad de Don Juan celebra sus fiestas. Ese día miembros de la organización Cenit deciden donar la estructura de caña para la biblioteca del pueblo.

05/2017

Para esta época A Mano Manaba espera tener un bibliobús, que es un vehículo que llevará libros y material didáctico a los poblados más alejados de Manabí. La idea es replicar la iniciativa.

Esteban y Rut crearon la fundación A Mano Manaba que ayuda a través de los libros a las comunidades del cantón Jama afectadas por el terremoto de abril.

Domingo Faustino Sarmiento es el nombre del burro de A Mano Manaba. Esto en honor a quien fue el presidente de Argentina entre 1868 y 1874. Este mandatario se destacó por su labor en la educación.

Los niños de Rescatando Sonrisas aprenden inglés con libros y actividades lúdicas. Foto: Cortesía Rescatando Sonrisas Pedernales.

En septiembre, José lloró porque se rompieron sus únicos zapatos, poco tiempo después recibió como donación un nuevo par. Foto: Cortesía Rescatando Sonrisas Pedernales.

‘Unos vinieron a rescatar personas, otros mascotas.
Yo vine a rescatar sonrisas’

Por Carla Sandoval

El techo de zinc junto a la arena que es la cancha de fútbol de Arrastraderito no necesita televisores ni juguetes ni Internet para atraer a los niños a las 15:00. El lugar no tiene paredes, está a vista de todos y es el epicentro de las actividades extracurriculares de 50 niños, que se sienten protegidos por Juan Carlos Bayas y su esposa Yolanda Umaña.

Juan Carlos y Yolanda son los padres de Rescatando Sonrisas Pedernales, hasta donde llegan, gratuitamente, pequeños afectados por el terremoto del 16 de abril; unos perdieron sus juguetes y sus viviendas, otros a sus padres y familiares.

La pareja llegó a Pedernales el 18 de abril, con un poco más de un año de matrimonio y su filosofía: ayudar al prójimo. El terremoto los sorprendió en Quito, a pocos días de viajar a la Amazonía para emprender un proyecto de ayuda social también enfocado en niños, luego de vivir y trabajar con infantes en Santo Domingo de los Tsáchilas.

Sus planes cambiaron. “Nació en mi corazón venir a ayudar. Me dio mucho dolor ver niños que se quedaron huérfanos y que estaban mal. Tenían mucho temor, mucho miedo. No sonreían”, recuerda Juan Carlos, ecuatoriano que residió en Canadá por 10 años, padre de dos hijos.

De martes a viernes, Juan Carlos Bayas y su esposa Yolanda Umaña emprenden una caminata de 10 minutos junto a los niños hacia el lugar donde se reúne la fundación. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

En Pedernales, la pareja encontró hospedaje en una iglesia que no se había caído. Por las mañanas, Juan Carlos salía a buscar niños, para motivarles, jugar y entenderlos. El hombre recorría los barrios y se asentaba en los lugares en los que veía mayores necesidades, aunque reconoce que eso era un factor común en el cantón.

El encargado de la iglesia llevó a Juan Carlos y a Yolanda hasta Arrastraderito, a 10 minutos en auto o a 40 minutos caminando de Pedernales. Al llegar, decenas de niños salieron a recibirlos. Entonces, “supimos que era el lugar para quedarnos”. Así nació Rescatando Sonrisas.

“Siempre me han gustado los lugares rurales porque ahí hay más necesidad. Es donde uno puede ayudar más”

Arrastraderito es una comunidad de 150 familias, de agricultores, con casas de caña, ubicada al final del estero Arrastradero. No hay acceso a Internet y la tienda más cercana con productos de primera necesidad está a un kilómetro. Las familias son numerosas. Karla, una de las pequeñas que llega las tardes de martes a viernes hasta el canchón, tiene 14 hermanos. “Solo con ellos podría hacer una fundación”, dice Juan Carlos y ríe.

Bajo el zinc, la temperatura alcanza 30 grados centígrados, pero los niños se acercan, felices, y acomodan sillas plásticas. Cuando hay alta concurrencia, los más pequeños se acomodan por pares. “Todos sentaditos. Dígale al de alado ‘shhh’”, pide Juan Carlos. Los niños lo miran atentos.

Yolanda reconoce sonriente que, luego de 8 meses de trabajo, nota un progreso en los pequeños, aunque todavía hay “niños muy tristes, a veces con un carácter, tal vez por la situación; pero poco a poco se han adaptado”. Minutos antes, toma la mano de un niño y la besa para que deje de llorar después de una pelea con otro pequeño.

El proyecto ha salido adelante con el apoyo de la comunidad y de voluntarios. En septiembre, a José, de siete años, se le rompió el único par de zapatos que tenía. Lloró. La imagen quedó grabada en la mente de Juan Carlos, la compartió en su cuenta de Facebook. Días después, José recibió un par de zapatos nuevos.

Bajo el techo de zinc, cada jueves, Juan Carlos refuerza el inglés. Leslie, de siete años, enumera los pronombres personales sin contratiempos. Sus compañeros dominan frases como ‘es un placer conocerte’ y saludan y enumeran los instrumentos de trabajo y mobiliario en ese idioma.

Leslie tiene siete años y conoce los pronombres personales en inglés.

Los niños aprenden inglés con libros y actividades lúdicas. Foto: Cortesía Rescatando Sonrisas Pedernales.

En septiembre, José lloró porque se rompieron sus únicos zapatos. Poco tiempo después recibió como donación un nuevo par. Foto: Cortesía Rescatando Sonrisas Pedernales.

Los niños no solo aprenden inglés. El plan de Rescatando Sonrisas es reforzar sus conocimientos adquiridos en la escuela por lo que reciben ayuda con sus tareas escolares. Los niños practican matemáticas, geografía, lengua y más. “Cuando llegué no sabían cuál era la capital de Manabí”, recuerda Juan Carlos con un dejo de tristeza, pero con satisfacción al mismo tiempo.

Una vez repasado el inglés, llega la hora de bailar. El profesor saca de su maleta una computadora y un cable auxiliar. Todos están sentados a excepción de ‘pollito’, como le dicen de cariño en la comunidad a un pequeño de 5 años. Él toma el cable de electricidad de un parlante y corre hasta su casa, como cada jornada, para enchufarlo. De ese parlante suenan las canciones que los menores bailan.

En el espacio en el que la fundación se reúne, hay unas mesas hechas de madera, un pizarrón y un parlante. Foto: Vicente Costales/ EL COMERCIO.

Al acudir a las clases y realizar actividades los niños reciben puntos. Antes de salir de su vivienda, Juan Carlos revisa varias veces si guardó el estuche con los papeles que tienen escritos distintos números, “si no los llevo me linchan”, dice siempre con una sonrisa en su rostro.

Esos papeles son los puntos que motivan a los menores a asistir a clases y a seguir valores. Para Juan Carlos, es importante compartir versículos de la Biblia con los niños.

Eventualmente, cuando hay suficientes donaciones o dinero para comprar los premios, los niños pueden cambiar sus puntos por una recompensa que pueden ser juguetes, caramelos o galletas. Así Juan Carlos motiva “a que se esfuercen en la vida”. Les enseña a perseverar

Siempre cerca de Juan Carlos está su esposa Yolanda. Su trabajo es cuidar a los más pequeños; evitar que peleen y acompañarlos también en las tareas. Sus dos hijos, ya adultos, están en su natal Colombia, país del que llegó hace dos años. Reconoce que intenta “llenar el vacío de ellos con estos niños que necesitan más del cariño y de una persona que los ayude y que los proteja”.

“Los niños sonríen entonces veo que está dando resultado”

Dejando de lado el terremoto, Juan Carlos se muestra orgulloso cuando mira el progreso de los pequeños, a quienes ha apoyado tanto en lo académico como en lo emocional. Ahora llegan, saludan, abrazan, aprenden y sonríen.

Su experiencia en Canadá le demostró los beneficios de aprender jugando. El objetivo de Rescatando Sonrisas es construir en Arrastraderito aulas para los niños y una biblioteca con computadoras. La fundación ya cuenta con un terreno. Con ayuda de voluntarios, se está levantando una edificación que hasta inicios de diciembre tenía un cerramiento y una caleta de caña. El espacio está a 200 metros del canchón.

Aunque en un inicio su plan no fue quedarse en Manabí, ha decidido asentarse indefinidamente en Arrastraderito. Su deseo es ayudar a la comunidad, construir una sala para reuniones con los padres y llevar psicólogos para que ellos también puedan recibir acompañamiento.

Dos hermanos se toman de la mano para asistir a las clases en julio. Foto: Cortesía Rescatando Sonrisas Pedernales.

Cuando Juan Carlos camina por Arrastraderito saluda con la comunidad. Todos le devuelven el saludo y una sonrisa. “Unos vinieron a rescatar personas, otros mascotas. Yo vine a rescatar sonrisas”. Él sabe que su trabajo ha dado frutos, aunque todavía hay mucho por hacer.

16/04

Nace la fundación Rescatando Sonrisas Pedernales

27/06

Rescatando Sonrisas recibió la visita de Paquito y la Policía Nacional del Ecuador

17/07

Los niños recibieron 70 listas completas de útiles escolares.

20/07

Niños y jóvenes empiezan a recibir clases de nivelación de matemáticas, inglés, lectura y ortografía, para mejorar su rendimiento académico

07/08

Con ayuda de voluntarios se construyeron cuatro mesas para que los niños puedan pintar y hacer tareas dirigidas.

30/09

La fundación recibió un pizarrón como apoyo para sus actividades

03/12

Se realizó un bazar navideño en el que los niños recibieron premios

Dos hermanos se toman de la mano para asistir a las clases en julio. Foto: Cortesía Rescatando Sonrisas Pedernales.

Sixtina Ureta
"Es responsabilidad de nosotros, los manabitas, sacar adelante nuestra provincia".

‘Hacer arte ha sido una experiencia liberadora, una terapia para ambas partes’

Por Lucía Vásconez

A la sombra de una choza de bambú y palmeras, junto a la playa de Canoa, una mujer y un hombre de ropa salpicada con pintura y cabello largo desayunan café negro. Han llegado a la parroquia rural de 6 887 habitantes, en Manabí, para cambiarle la cara, a una llena de alegría con un proyecto que desde el terremoto del 16 de abril no se ha cansado de recorrer la Costa de Ecuador: ‘Arte sobre escombros’.

Son Sixtina Ureta y Javier Santacruz, quienes comparten un sueño con Marvin Parrales, Ivo Uquillas, Ariana y Pamela Andrade: pintar sobre los muros. “Hacer arte ha sido una experiencia liberadora. Es una especie de terapia para ambas partes”, dice Sixtina, manabita de 42 años y gestora cultural del Museo de Bahía de Caráquez desde hace nueve.

‘Arte sobre escombros’ se inició en su natal Bahía una semana después de la tragedia. Los artistas recuerdan que al ver cómo las casas estaban destruidas, que conocidos suyos habían muerto y que merodeaba una tristeza desoladora en todas partes decidieron hacer algo para cambiar las cosas; decidieron hacer arte. Y empezaron a pintar, a dar color a la ciudad.

El primer mural que realizaron fue en una cisterna de una casa patrimonial destruida por el terremoto. Foto: Víctor Muñoz / EL COMERCIO

Su primer mural fue un aljibe destruido de una casa patrimonial, que se vino abajo en el centro de Bahía. Pintaron en esa gran cisterna, porque era parte de la identidad de la ciudad. “Con estos tanques los pobladores se abastecían de agua para el verano. Todas las casas antiguas tenían un aljibe”, dice Sixtina.

Tras la caída de la casa patrimonial, el lugar se había convertido en el parqueadero de las retroexcavadoras que llegaron para retirar los escombros de las edificaciones desplomadas. En ese gran tanque dibujaron un manglar. Les llevó un día pintar el mural. Hasta inicios de diciembre ya han hecho 66 en distintos muros en un viaje interminable por Bahía de Caráquez, San Vicente, San Isidro, San Jacinto, Leonidas Plaza, Jama, Pedernales, Portoviejo, Jaramijó, Manta, Santa Elena, Manglaralto, Borbón y Quinindé.

En Canoa, ocho meses después, la huella de la devastación del terremoto que arrojó a 2 500 personas a un albergue son paredes derruidas y terrenos desolados, donde otrora se levantaban negocios, casas, hoteles. Pero el peregrinaje de latas de pintura, brochas y pinceles no cesa.

Entre el grupo de pobladores que admira el trabajo de los artistas urbanos está Marina Román, de la tercera edad, quien quería que los colores llegaran a su vivienda, en Canoa. “Mire lo lindo que está quedando, yo también quería que pinten mi casita”, dice mientras observa desde su ventana el gran mural de colibríes pintados por Javier Santacruz, que firma bajo el nombre de Zelote.

Él casi siempre dibuja aves, lo atribuye a que es biólogo marino de profesión y que siempre le han gustado los animales. “Cada artista tiene su estilo, los dibujos que hemos hecho, por lo general tienen los elementos de la naturaleza, flores, rostros de mujeres, también mandalas, grafitis, íconos de las culturas prehispánicas de la Costa del Ecuador, etc”. El colectivo al inicio del proyecto realizaba bocetos de lo que se iba a plasmar en las paredes, pero ahora dejan que el espacio y la comunidad “les hable”.

Javier Santacruz
"Los colores influyen en el estado de ánimo de las personas. Pintamos para devolverle la alegría a la gente".


Los trabajos han sido bien recibidos por los pobladores, dice el Zelote, las personas se apropian del lugar y lo cuidan, a pesar de que son muros que pronto caerán, señala. “A todos les gusta el arte, les hace felices”. Cualquier expresión del arte que se escoja: pintura, teatro, escultura, música, danza, cualquiera, es parte fundamental para el desarrollo de la gente, para la alegría y para la felicidad de los pueblos, asegura.

“Todo lo que hemos hecho ha sido con recursos propios y con la ayuda de la comunidad”, que les ha donado tarros de pintura. Sin embargo, Sixtina y Javier, también gestor cultural en Bahía, han tenido el apoyo del Museo, con permisos y la apertura para combinar su trabajo con el proyecto.

Cada vez que cae uno de nuestros murales es un motivo de alegría y no una tristeza, porque sabemos que en ese espacio alguien ya se está recuperando.

Y ha sido una terapia. A través de la pintura Sixti, como la llaman, ha podido sacar de su interior el dolor de perder a un amigo en el terremoto. “Humbertito murió y eso me dolió mucho”, pero no lo había podido hablar con nadie hasta cuando dibujó los ojos de su amigo en un mural. Las lágrimas rodaron por su rostro ese día, recuerda, pero asegura que después de eso ya puede recordarlo con paz en su corazón, porque sabe que Humbertito está feliz.

La gente de los barrios donde se han realizado los murales también ha podido liberar sus tensiones a través del arte. Varias paredes se han pintado con la ayuda de niños y mujeres de las comunidades. Los artistas reconocen que al inicio temían por la reacción de las personas, pero a la “gente le gustó y ahora nos invitan a sus barrios a pintar. Eso es muy gratificante”.

Sixtina Ureta
"Es responsabilidad de nosotros, los manabitas, sacar adelante nuestra provincia".

Javier Santacruz
"Los colores influyen en el estado de ánimo de las personas. Pintamos para devolverle la alegría a la gente".

Sixtina recuerda que un triciclero de Canoa se le acercó mientras pintaba y después de agradecerle por su trabajo le contó cómo fue ese fatídico sábado en el que murieron 671 personas. El hombre se desahogó, pudo expresar el dolor de haber perdido a su hijo con una persona desconocida, eso es una especie de terapia, asegura Sixtina. Al final él le dijo que se sentía muy agradecido por el trabajo de los artistas y también al ver cómo la parroquia estaba resurgiendo con color y con arte.

Los artistas terminan de desayunar y se dispersan en dirección de sus murales para concluir con su trabajo. Al finalizar en Canoa, se mudarán de casa, para llevar color a otras zonas devastadas por la tristeza que trajo el sismo. La manabita, con su ropa salpicada de colores y un sombrero de paja toquilla, toma sus brochas, pinceles, tarros de acrílico y latas de spray y se dirige hacia una pared en medio de dos locales comerciales, en la calle principal del poblado, a pocos metros de la playa, donde termina los trazos del rostro de una mujer y firma: Sixtina.





‘Los recibíamos bailando; algunas personas nos miraban pensando que estábamos locos’

Por Sara Oñate

Lo primero que pensó Magalhy Naranjo después del terremoto del 16 de abril fue ¿qué voy a hacer para ayudar? Al siguiente día, el domingo 17, se contactó con un grupo de amigos voluntarios con los que ya había trabajado. Se reunieron y decidieron que su misión ahora estaba en Manabí.

“Escuchamos en los medios que había voluntarios y gente ayudando pero que no estaban preparados y en lugar de colaborar eran una carga más, por eso decidimos organizarnos y un grupo de avanzada salió para Manabí, para saber a dónde íbamos a llegar”, relata Naranjo, abogada de 30 años, con 16 años de experiencia en el voluntariado, primero en hospitales con niños y luego en proyectos como Techo Ecuador.

El lunes 18, el grupo de avanzada decidió quedarse en Canoa porque allá todavía no llegaba ayuda. En Quito, otro grupo de voluntarios trabajaba en la recolección de donaciones en el colegio Benalcázar. “Desde el lunes nos dedicamos a llenar camiones recibiendo donaciones de la sociedad civil, hubo bastante acogida, las personas nos colaboraron”.

Magalhy Naranjo es una de las voluntarias de Comparte Ecuador. Desde el terremoto del 16 de abril vive en Canoa. Cortesía Comparte Ecuador.

Así, dos días después del terremoto, nació Comparte Ecuador, una organización cuya filosofía no es el asistencialismo ni el ‘regalo’ sino compartir lo que tienes. “Cuando empiezas a conocer a gente con una realidad diferente a la tuya te enamoras de esto y simplemente lo haces”, dice Naranjo, quien para dedicarse tiempo completo a Comparte Ecuador decidió poner pausa a su ejercicio profesional. “Fue una decisión acertada”.

“Cuando empiezas a conocer a gente con una realidad diferente a la tuya te enamoras del voluntariado y simplemente lo haces”.


Entonces, nació el albergue Nueva Esperanza. Los voluntarios de Comparte Ecuador consiguieron carpas donadas por Acnur e instalaron un refugio para 240 personas, con una cocina, comedor comunitario y una cancha multifunción.

Para el viernes de esa semana, los primeros damnificados comenzaron a llegar. Algo que Magalhy recuerda es que los niños lloraban mucho y no dormían. En el lugar, el grupo de voluntarios conversó con ellos sobre el terremoto y conocieron historias impresionantes.

Una de ellas es la de una niña de siete años. Magalhy recuerda que la pequeña le dijo que no podía dormir porque veía gente muerta cuando cerraba sus ojos a causa del terremoto. La menor le contó que el día del sismo estaba sentada en el parque de Canoa y a un señor, que estaba junto a ella, le cayó algo que no recordaba y ella vio cómo yacía el cuerpo abierto del hombre a su lado. Su papá, que se encontraba cerca, la cargó y la llevó junto al resto de la familia. En ese trayecto, la niña dijo que vio muchos cuerpos en el parque. Magalhy señala que quizá no estaban muertos pero esa era la imagen, el recuerdo que tenía de aquel día.



Al conocer la historia de la niña, la voluntaria habló con los padres y a la mañana siguiente empezaron un tratamiento. Después de la terapia, la niña sonríe, dice Naranjo.

Parte del trabajo de los voluntarios en Nueva Esperanza fue compartir con los damnificados, no solo brindarles ayuda material sino momentos de distracción y alegría. Por esto, una actividad que se convirtió en un tipo de ritual fue bailar cuando llegaban a desayunar. “Los recibíamos bailando reggae en el comedor; algunas personas nos miraban pensando que estábamos locos pero eso generó que se alegren, que se rían, hasta que se nos burlen, en buena onda, y creamos una conexión increíble”.

"Canoa le mete muchísimas ganas, es una ciudad de gente increíble que tiene un ñeque, un empuje impresionante”

El albergue Nueva Esperanza permaneció habilitado hasta junio porque, según comenta Magalhy, el Gobierno abrió uno más grande y pidió el traslado de las familias que se encontraban allí.

“Canoa está saliendo a flote, se removieron el 100% de escombros, a diferencia de ciudades cercanas como Bahía o Pedernales que hasta ahora hay estructuras destruidas, la gente se fue reactivando y empezó a surgir mucho esta necesidad de salir adelante, de volver a empezar y de mejorar. Ahora se siente un ambiente muy chévere, Canoa le mete muchísimas ganas, es un lugar de gente increíble que tiene un ñeque, un empuje impresionante y por eso también nos quedamos”, dice emocionada.

Comparte Ecuador creó un campamento base en Canoa con una escuela de voluntariado, un centro de acopio, planificación y ejecución de proyectos. Magalhy cuestiona el asunto del voluntariado y considera que en Ecuador no hay una conciencia para ello. “Si preguntas a un joven ¿dónde quiere hacer voluntariado? te dice en África o en Asia, piensa ir súper lejos, cuando puede hacerlo aquí”.

Aunque los voluntarios de Comparte suman nueve, el trabajo de la organización continúa en una tercera fase. Una parte de los voluntarios vive en Canoa y otra en Quito, gestionando recursos, algo que todavía es un reto, para completar los proyectos de reactivación, talleres educativos, talleres lúdicos. Algunos de ellos renunciaron a sus trabajos o hicieron un alto en sus planes de vida. Hay otras personas que tienen sus negocios y también dedican su tiempo al voluntariado.

La tercera misión, como la llaman los voluntarios, (la primera fue la asistencia humanitaria y la segunda el albergue Nueva Esperanza), consiste en la reactivación económica, social y ambiental de Canoa.

"La idea es poder brindar todo lo que puedas hasta que ya no hagas falta, hasta que tu ayuda ya no sea necesaria porque la gente ya está bien y puede por sí sola"

Naranjo sostiene que con reactivación se refieren a reforzar el tejido social que tiene la ciudad, “queremos conseguir el desarrollo común que nace del particular”. Para ello buscan distintos proyectos de emprendimiento o reactivación económica, familia por familia.

En el proceso de detección, los voluntarios se reúnen con las familias para saber qué necesitan, qué quieren hacer, cuáles son sus metas, cuáles son sus sueños, a dónde quieren llegar, qué le gusta o para qué son buenos. “Nuestro trabajo es basarnos en lo que son buenos y lo que quieren hacer y les creamos proyectos económicos, de emprendimiento o reactivación, conseguimos los recursos económicos a través de donaciones de la sociedad civil, canalizamos y los entregamos a ellos con un proceso de seguimiento”.

Desde entonces se ha reactivado a 41 familias de Canoa con distintos emprendimientos. Un ejemplo es el caso de Alfredo, un hombre que era dueño de un restaurante conocido que se destruyó por el terremoto. “Lo perdió todo pero es un señor que le encanta trabajar”. Comparte Ecuador consiguió una cocina industrial, un refrigerador grande y otros implementos. El sueño de Alfredo es tener una cadena de restaurantes, así que se endeudó y arrendó un local, lo acondicionó con los implementos que le entregaron y comenzó a trabajar junto a su sobrino.

“Él trabajaba mucho, preparaba una y otra cosa y las vendía, ahora tiene un local más grande y va a dar empleo a más personas sin cerrar su primer negocio, tiene dos locales y su proyección en dos meses es abrir un tercero y quiere irse a Bahía. Es una persona que le das una herramienta y sigue trabajando. Como él hay muchos ejemplos”, comenta Magalhy.



¿Hasta cuándo se quedará Comparte Ecuador en Canoa? Para Naranjo, toda organización que presta apoyo a personas necesitadas es eficiente si desaparece, “si se queda por siempre quiere decir que la gente la sigue necesitando y la idea es poder brindar todo lo que puedas hasta que ya no hagas falta, hasta que tu ayuda ya no sea necesaria porque la gente ya está bien y puede por sí sola, esa es nuestra meta, que ya estén completamente reactivados”.

Los proyectos en los que actualmente trabaja Comparte Ecuador, además de la reactivación económica, son dos infraestructuras modelo construidas con materiales de la zona y un proyecto de escuela de surf para niños con un huerto familiar, además de talleres educativos y de emprendimiento en comunidades rurales como puerto Cabuyal.

“Ser voluntario es un estilo de vida, es una convicción y no se necesita mucho, solo voluntad”, dice Naranjo y agrega: “Si no puedes dejarlo todo igual puedes ayudar, todo es válido, lo haces sin esperar nada a cambio”.




Pablo Córdova Estuvo 46 horas bajo los escombros del hotel El Gato en Portoviejo. Su celular le salvó la vida

Audio real ECU-911: Voz Pablo Córdova

Audio real ECU-911: Voz del bombero

Audio real ECU-911: Momento del rescate

Reporte de fallecidos, heridos y personas rescatadas vivas tras el terremoto del 16 de abril

Víctimas y desaparecidos

Fuente: Secretaría de Gestión de Riesgos, informe 71 del 19 de mayo del 2016.

Heridos

Fuente: Secretaría de Gestión de Riesgos, informe 65 del 16 de mayo del 2016.

Rescatados con vida

Fuente: Secretaría de Gestión de Riesgos, informe 47 del 27 de abril del 2016.

Población Afectada

4 859 personas atendidas en las primeras 72 horas

57 674 voluntarios registrados

1.1 millones de kits de alimentos entregados

Edificaciones Afectadas

69 mil afectadas

20 273 habitables

20 047 recuperables

22 015 construir

Albergues


5 689personas albergadas

En Manabí

3 704 personas

17 albergues

En Esmeraldas

1 985 personas

65 albergues

Edificaciones demolidas

9 663 en Manabí

658 en Esmeraldas


Especial 1 de enero versión impresa: Grandes y unidos ante la adversidad

Karla
Morales

Gabriela Arrastúa

Gonzalo Calisto

Cristina Latorre