SEXO

A LA VENTA

La pobreza y los bajos niveles de educación llevan a las mujeres a dedicarse a esta labor. De acuerdo con el censo económico del 2010 del INEC, las mujeres ecuatorianas son 36,6 más pobres que los hombres.

17 mujeres adultas laboran en el prostíbulo de barrio Viejo, en la ciudad de Santa Rosa, provincia de El Oro. Este lugar está abierto desde hace 40 años para esa actividad.

Las mujeres del barrio Viejo cobran entre USD 3 y 6. Por su edad (entre 45 y 60 años) ya no son aceptadas en otros prostíbulos.

Ellas se cuidan con remedios caseros o ancestrales. También tienen la Tarjeta de Atención Integral para sus chequeos mensuales. En el 2011, el Programa Nacional VIH/SIDA del Ministerio Salud registró 28 878 trabajadoras sexuales en el país con este documento de salud.

LAS FACETAS DEL TRABAJO SEXUAL EN ECUADOR
historia
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Paula, la mujer adulta que trabaja por USD 4

“En una hoja de cuaderno arrugada, pegada en una puerta de madera vetusta, está el nombre de Paula*, de 48 años. Ella ingresa al cuarto de adobe, cubierto con planchas de zinc oxidadas.

Esa habitación de seis m2, con piso de tierra, funesta, es uno de los 17 cuartos que existen en el barrio Viejo en Santa Rosa, El Oro, que funcionan como prostíbulos.

Paula llega a las 09:00 para iniciar su jornada de trabajo. Su primera tarea es dar la vuelta aquella esponja amarillenta, que hace las veces de colchón, en una cama vieja de madera, de plaza y media.

Es una orense de cabello rizado, contextura gruesa y estatura baja. En su bolso de mano lleva una falda corta y una blusa transparente, que alista para iniciar su oficio. Ella no se inmuta por el olor pestilente de detergente, alcohol, tierra, creso, existente en la pequeña habitación en la que labora.

Ella se queda en silencio. Se santigua y con sus ojos negros llorosos se le escucha que pide a Dios que le proteja en su día de trabajo. No puede contener su llanto cuando mira el calendario que está en la pared del cuarto. Paula mira que ha transcurrido 11 años desde que se inició en el oficio de la prostitución.

Sus manos las tiene arrugadas y lastimadas. Hace 11 años trabajaba como lavandera, cuya actividad perdió espacio con la utilización de las lavadoras. Su esposo la abandonó cuando su hijo recién nació.

Su voz se resquebraja y relata que optó por trabajar en ese lugar feo y abandonado, por su edad. Igual sucede con sus otras 17 compañeras, que tienen entre 45 y 60 años. Otros prostíbulos no las quisieron recibir.

“La gente no entiende que necesito el dinero para que mis hijos puedan comer. Como empleado doméstica ganaba USD 50 al mes”, se lamenta.

Paula no tiene espacio para colocar una silla o una mesa en su cuarto. Una tabla de madera clavada en la pared hace las veces de peinadora. Allí, tiene un rollo de papel higiénico, detergente, alcohol y tarrinas plásticas donde guarda su dinero. También tiene una soga colgada de pared a pared para tender su ropa. Por ese espacio paga USD 21 a la semana.

Una suerte de vereda está a la salida de su cuarto. Esta madre de tres niños se sienta en una silla descolorida. Allí luce su falda corta, deja ver su vientre abultado. Su objetivo es conseguir un cliente para ganar USD 4 por cada relación sexual.

Paula evita caminar por el patio de tierra, maleza, con escombros, que está en el centro de los 17 cuartos. Ella solo se dirige para coger agua en la única llave que existe. Sí tiene ganas de ir al baño camina unos pocos pasos a una especie de cuarto de caña guadúa, hay una letrina.

Según esta orense, un hombre de 86 años (reserva su identidad) es el dueño del prostíbulo y desde hace más de 40 años funciona el lugar.

Para el psicólogo Rubén Sarmiento, las mujeres adultas son un grupo olvidado y en el caso de las trabajadoras sexuales la situación es peor. Por eso, dice, son más vulnerables a humillaciones y maltrato porque perdieron la belleza de la juventud y sus clientes las agreden.

Según Sarmiento, por la necesidad económica no dejan el oficio porque las empresas y el Estado no les ofrecen trabajo. “Por su edad tendrían que disfrutar de su adultez y descansar”.

En la misma habitación, las trabajadoras sexuales de barrio Viejo tienen sus objetos de aseo en condiciones precarias. Foto: EL COMERCIO

Paula en voz baja se lamenta que por la falta de recursos económicos. Accede a todos los caprichos sexuales que sus clientes desean. “Ya estoy vieja y no estoy en condiciones de exigir. Necesito el dinero”.

Según Yolanda Gómez, directora de la Fundación Mujer Solidaridad y quien desde hace 12 años labora con trabajadoras sexuales, a más de llevar el sustento económico al hogar, la preocupación de estas mujeres adultas es cuidar su salud sexual.

Ellas acuden a remedios ancestrales y caseros como lavados con agua y bicarbonato, vinagre, sal, manzanilla…, para no presentar enfermedades venéreas o adquirir el VIH. La tarde transcurre.

Son las 17:00 y Paula se entristece porque no ha ganado nada durante el día. Pronto tendrá que retirarse de su cuarto vetusto. Allí no hay luz y tampoco alumbrado público.

*Su nombre ha sido cambiado para mantener en reserva su identidad.