“Fue estricto conmigo, un buen profesor” suelta el joven, quien fue más apegado a su padre que el resto de sus hermanos. Desde pequeño siempre supo que quería tomar el mismo camino.
Por esta razón, su infancia y adolescencia fluctuaban entre la escuela y el colegio (de lunes a viernes) y el circo (los fines de semana) un día el llamado del circo pudo más.
Cuando cursaba el tercer año de Psicología en la Universidad Estatal de Guayaquil, Pablo tuvo la oportunidad de perfeccionar su carrera como payaso en EE.UU. Codo a codo Marraqueta y Chicho, Chicho y Marraqueta actuaron en la Feria Internacional del Libro en Chicago.
Hace seis años que el dúo de payasos se disolvió. El experimentado Marraqueta dejó el escenario y su hijo quedó como el payaso principal -y el único- del circo Rolex. Sin embargo, Pablo admite que su papá es ahora “el motor, el cerebro del circo”.
Al tomar la posta, Chicho llevó el concepto de payaso a otro nivel. Cambió el colorido ropaje por un elegante traje -siempre blanco o negro-. Transformó la peluca en una gorra a juego de los Yankees de Nueva York. Cambió la prominente nariz roja por una disimulada nariz negra. Sumó una trompeta dorada.
Pero Chicho, el payaso estilo europeo, no actúa solo. Hace cinco años conoció a una artista circense quien es ahora la madre de sus hijos y junto a ella presenta un número que incluye perritos amaestrados.
El mundo del circo es algo que se transmite en los genes, coinciden Chicho y su padre. Con un año menos del que tenía Chicho cuando descubrió su vocación, el menor de la progenie de Pablo (hijo) no desaprovecha los momentos en los que su papá se maquilla para tomar las pinturas y echárselas en la cara. Con esta inclinación del pequeño Pablo, son ya tres generaciones de la familia Calvache involucradas en el fantástico mundo del payaso.
Gabriela Balarezo. Redactora