Dino Chiriboga: Dinchi

La nariz que inspira respeto


La nariz roja impone respeto. Dino Chiriboga siempre evita que su público lo vea al colocarse la bola roja sobre su nariz. Para los clowns la nariz es su herramienta de trabajo y por eso Dinchi respeta ese código. Antes de coronar su nariz con la bola, se maquilla la cara. Sus dedos son los lápices que dan figura al ceño de unas cejas negras y largas. Los perímetros de los ojos y labios reciben el color negro de un delineador, su mentón y párpados son marcados con pintura blanca. La conversación no distrae a sus ojos del espejo que refleja el proceso de maquillaje.

Dinchi es el nombre clown de Dino. Ha tenido otros nombres en sus 6 años de carrera artística y por ahora con ese se presenta en sus trabajos de clown voluntario o en fiestas donde hace animación. Tiene 44 años y dos hijos adolescentes. Su vida está marcada por la alegría y él dice que también por la casualidad.

Hace ocho años se divorció y le afectó. Un día, cuando viajaba en el Trolebús de Quito, se fijó en un anuncio sobre un taller de clown para voluntarios y decidió unirse a la alegría. Dino quería olvidarse del momento difícil, lo logró y con ello cambió su vida. Pero no vive solo del clown, estudió Economía y por una casualidad ahora da clases de estudios sociales en un plantel quiteño.

La casualidad: hace tres años fue a justificar una falta de su hijo en el colegio y ahí el rector le pidió que impartiera sus conocimientos. Ha dado dibujo, cultura física y estudios sociales. El resultado fue que las clases se amenizan contando, por ejemplo, la historia a manera de un cuento. Sus alumnos saben de su oficio fuera de clases, lo ven en su perfil de Facebook, donde están narradas su aventuras en animaciones y trabajos voluntarios de clown.

La alegre metamorfosis de su rostro se hace en la terraza de la casa de su madre, en la ciudadela IESS-FUT, en el sur de Quito. El maquillaje, la nariz, sus trajes, sus títeres… van distribuidos en una maleta negra de ruedas, una mochila y un canguro. Ahí también tiene una bata blanca, como de médico. La usa para hacer voluntariado en los hospitales, de hecho así empezó su vida de clown. Esa parte de su trabajo es un reto a la creatividad. “No es lo mismo animar una fiesta que entrar a una sala de niños con cáncer”.

Esta última frase obliga a imaginar la escena en un hospital. Dino mueve las manos, como si necesitara del apoyo de ellas para acentuar sus emociones. De esa manera relata cómo se convierte una habitación hospitalaria en Marte, para que el niño enfermo crea que llegaron los marcianos. No hay límites para ser clown, se improvisa todo como en la vida misma. Las casualidades marcan su camino. Su separación lo llevó al clown, ahora busca una casualidad para encontrar una pareja con quien compartir sus sonrisas.

El clown saca lo mejor de Dino Chiriboga. El clown es como un niño de tres años: inocente y honesto, que busca llamar la atención del adulto. Dinchi busca llamar la atención del público, el clown, dice Dino, es el estúpido que tienes dentro. “No es burlarse de los demás, es transmitir emociones”. ¿Emociones? Sus cejas de clown, dibujadas hacia el centro de la frente, denunciarían tristeza en Dino. Él, aunque no lo dice explícitamente, vive de la alegría.

Hace unos meses fue a Gualea, parroquia del noroccidente de Quito. Jugó todo el día con 100 niños y se alimentó de esa energía. Incansable. Pero al siguiente día siente el cuerpo como si hubiese jugado un partidazo de fútbol, con el cuerpo golpeado. Eso es bueno, Dinchi absorbe la energía infantil. Desde hace un año y medio empezó a ser animador de fiestas. Su compañera es Mayiya. Nunca va a su trabajo preocupado por asuntos personales. Las risas son su motor. Así como nunca se deja ver al colocarse su nariz, tampoco muestra los rasguños que puede ocasionar una tristeza en su maquillaje de clown.

Marcos Vaca. Editor digital

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