La etóloga inglesa cambió su vida africana por viajes alrededor del mundo. Lleva un mensaje de defensa de la vida.
Naturalista inglesa
Activista, etóloga, primatóloga y antropóloga que ha dedicado su vida a la labor de conservación del planeta. Se destaca por su conservación en la selva peruana Promueve estilos de vida sostenibles. La científica y activista busca tocar corazones y esparcir semillas de su sueño y ahora un compromiso mundial: Roots and Shoots.
05 Enero 2013.
Durante treinta largos años vivió en Gombe, una reserva natural de Tanzania, donde vio y estudió el comportamiento de los chimpancés. Pero ahora Jane Goodall (Londres, 1934) se pasa la mayor parte de sus días entre aeropuertos, hoteles y salas de conferencias. Con el tiempo, esta inglesa menuda, pero fuerte, de cabellos blancos y cola de caballo, se ha convertido en una celebridad científica, en la madre Teresa de la naturaleza, como la llamaron hace unos días en México, país a donde llegó para hacer escuchar su voz en favor de la ecología, la alimentación saludable y la defensa de la vida animal.
“Es muy triste”, explica ella, “que las circunstancias que vive este planeta me hayan forzado a dejar Gombe para viajar incansablemente para tratar de ayudar a salvar el lugar en el que vivimos”. Se refiere a males como el cambio climático, la depredación de los bosques, el exterminio de la vida animal (hace dos siglos había dos millones de chimpancés en África, ahora solo existen 150 mil), pero también la pobreza y miseria en que viven millones de personas, sobre todo las mujeres y los niños.
La vida de Jane ha sido recreada en una decena de documentales. En el último, “Jane’s Journey” (2010), comparte roles con Angelina Jolie, una de las tantas celebridades unidas a su causa. Jane partió muy joven a África atraída por su fascinación por los monos.
De sus lecturas de Tarzán pasó a la realidad. En 1957 conoció al renombrado científico Louis Leakey, quien la introdujo en el mundo de los primates. Luego, se doctoró en etología en Cambridge, y en 1960, a los 26 años, llegó a Tanzania. Ahí inició su observación de los chimpancés salvajes y sus investigaciones cambiaron todo lo que se conocía sobre estos animales.
Primero, hizo algo que ningún científico en su tiempo hubiera pensado: puso nombres a sus investigados y no números como era usual. Sus colegas cuestionaron su decisión y dudaron más de ella cuando comenzó a decir que estos seres de mirada aguda y brazos alargados tenían sentimientos: emoción, alegría, tristeza, solidaridad...
De los chimpancés aprendió que tener un hijo puede y debe ser muy divertido, y por esas hembras –cuenta– supo cómo ser una mejor mamá. Observando a esos primates, también, constató que aquellas crías a las que sus madres les dedicaron más tiempo y cariño eran mejores cuando adultos: menos conflictivos y con mayor capacidad de liderar.
Esas observaciones resultaron de interés para los psicólogos y, a partir de ellas, Goodall comprendió también la necesidad de amor y diversión requerida en la primera infancia para forjar mejores seres humanos.
Muchas otras cosas más de interés científico anotó la primatóloga, etóloga y conservacionista inglesa estudiando a los chimpancés de Gombe, a lo largo de medio siglo. Y en sus días viviendo en la selva, en contacto con la naturaleza, llegó a la conclusión de que la apatía –especialmente entre la juventud– es la mayor amenaza que se cierne sobre el futuro de la humanidad y del planeta.
Con casi 80 años a cuestas compartió sus conocimientos. Dijo que los chimpancés se abrazaban, vivían en familias e incluso adoptaban crías que no eran suyas. Uno de sus mayores hallazgos fue descubrir que podían usar herramientas. Otro fue descifrar su ‘idioma’. El tiempo le dio la razón. Hoy sabemos que compartimos con ellos el 98% del ADN.
Goodall ha escrito 25 libros. 10 de sus títulos están dedicados a los niños y jóvenes, quienes son el centro de su mensaje. A ellos les pide no vivir para el dinero y unir algo que la especie humana parece haber extraviado en su búsqueda del progreso: el cerebro y el corazón.
Goodall no se cree esa idea de que “el mundo no es nuestro, solo lo tomamos prestado de nuestros hijos”. “¿Prestado?” –sonríe–; “cuando uno se presta algo es porque lo va a devolver en el mismo estado en que lo encontró. Lo que nuestra generación ha hecho es robarle a nuestros hijos su futuro.
En ese sentido podría decirse que todos somos ladrones, pues qué vamos a devolverles si destruimos el planeta ‘prestado’ de modo alarmante”. Y lo dice con la voz suave, solo para hacernos reflexionar y no para deprimirnos sino todo lo contrario, porque se ha impuesto la titánica tarea de sembrar esperanza entre los terrícolas, y forjar una relación sana, amigable y responsable de los jóvenes con la naturaleza. Esto vía Roots and Shoots, su enorme proyecto que es, hoy por hoy, una inmensa red de cerca de 17 000 grupos de niños y adolescentes alrededor del planeta, los cuales trabajan voluntariamente fomentando el respeto y la empatía por todos los seres vivos.
Jorge Paredes y Martha Meier - GDA