La base belga Princesa Elisabeth, ubicada en la Antártida, es la primera estación de investigación científica del mundo que no emite nada de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera.
La estación
El objetivo “emisión cero” se consigue gracias a los paneles solares, situados sobre la superficie de la estación, y a los nueve molinos eólicos. Así se aprovechan las veinticuatro horas de luz en verano y los fuertes vientos en invierno, generando una energía que es acumulada en baterías.
A ello hay que sumar un diseño que maximiza la eficiencia energética y una “red inteligente” controlada por ordenador que gestiona la energía y la suministra, según las posibilidades de gasto en cada momento.
Es formidable, hemos dado a los científicos del mundo una nueva herramienta. En el siglo XXI hay que superar el nacionalismo y la Antártida, cuyo suelo no pertenece a nadie, es el lugar para hacerlo”
05 Enero 2013.
Con su particular aire futurista, la base belga Princesa Elisabeth, en la Antártida, se prepara para la llegada de los científicos a sus instalaciones. Es la primera estación de investigación científica del mundo que no emite dióxido de carbono a la atmósfera. En su interior, esperan cerca de 1 900 metros cuadrados de zonas comunes, laboratorios y un equipo de 12 personas, entre ingenieros, mecánicos, científicos y exploradores, cuyo objetivo es ofrecer todo el apoyo logístico necesario a los 11 proyectos de investigación internacionales que pasarán por esa base entre noviembre y febrero, el tiempo que dura el verano austral.
Los primeros en llegar, tras un viaje de dos días, en un inicio en avión hasta la costa antártica y después por tierra hasta la base, han sido los miembros de la expedición liderada por el ingeniero y explorador belga Alain Hubert. Su misión, antes de recibir al primer grupo de científicos, es retirar la nieve acumulada durante el invierno para desbloquear las puertas de un edificio único entre los de su género. La base belga, construida en el 2007, consigue la ‘emisión cero’ gracias a los paneles solares, situados sobre la superficie de la estación, y a los nueve molinos eólicos. Así se aprovechan las 24 horas de luz en verano y los fuertes vientos en invierno, generando una energía que es acumulada en baterías.
A ello hay que sumar un diseño que maximiza la eficiencia energética y una “red inteligente” controlada por un ordenador que gestiona la energía y la suministra, según las posibilidades de gasto en cada momento. “Esto implica que no podemos hacer siempre lo que queremos (..) pero hemos aprendido que gestionar la energía no significa que haya escasez”, explicó en una entrevista telefónica el director de la misión Alain Hubert, para quien este sistema no supone un problema.
Una de las dificultades que enfrentan los científicos son las propias de ese continente helado. Aún en verano las temperaturas rondan los 20 grados centígrados bajo cero y son poco previsibles, los vientos pueden alcanzar hasta 100 kilómetros por hora y las tormentas de nieve pueden durar varios días.
Ayudar a los expertos a lidiar con este entorno para llevar a buen puerto sus investigaciones es precisamente la misión del equipo de la base, del que forman parte una docena de analistas en el terreno e ingenieros en mecánica, electricidad, electrónica, entre otros.
“Es la alta tecnología que está al servicio de la recogida de datos”, explicó su director. Añadiendo que “a veces se olvida que la Antártida está en el otro extremo del mundo y no hay absolutamente nada, ni árboles, ni montañas, ni casas, nada. Y eso es duro”.
Así pues, además de las jornadas de preparación en los Alpes italianos, donde los futuros habitantes de la estación se entrenar para poder moverse con facilidad por la nieve y evitar las grietas que esconde ese tipo de terreno. “Es clave que ellos conozcan un ambiente similar en el que van a trabajar. Así se vigila su adaptación, señala Hubert.
Y es que hay grupos de científicos que en ocasiones tienen que desplazarse en caravanas a cientos de kilómetros de la estación y permanecer trabajando en el exterior hasta seis semanas. “¡Desde el punto de vista logístico es apasionante!” dijo Hubert con audible emoción.
Entre los múltiples proyectos para este año, se cuenta con uno de sismología que les obligará a viajar hasta la costa para instalar en el camino varios sismómetros. Estos aparatos permitirá a los investigadores detectar microterremotos.
Otra de las instalaciones buscará medir la masa de hielo de la Antártida gracias a dos GPS que serán situados en las sendas las montañas heladas, lo que ayudará a calcular el ritmo de deshielo o el crecimiento de su superficie y permitirá prever futuros aumentos del nivel del mar que puedan afectar a las poblaciones costeras.
Un tercer equipo recogerá datos sobre la cantidad y tipo de gases presentes en la atmósfera polar y se encargará de medir la radiación solar, información especialmente útil a la hora de abordar problemas como el cambio climático o la contaminación.
Precisamente, Hubert insiste en la contribución de estas investigaciones a la ciencia en general y en la relevancia que experimentos realizados en un lugar tan lejano como la Antártida son importantes a la hora de entender y actuar frente a cuestiones tan cercanas como terremotos, inundaciones o crisis energéticas.
Durante el 2014 participarán en los proyectos cuatro países, Suiza, Alemania, Japón y Francia, además de Bélgica, una colaboración internacional de la que el equipo belga se siente especialmente orgulloso.
“Es formidable, hemos dado a todos los científicos del mundo una nueva herramienta. En el siglo XXI hay que superar el nacionalismo y la Antártida, cuyo suelo no pertenece a nadie, es el lugar para hacerlo”, afirma Hubert.
La estación Princesa Elisabeth, pasará a ser gestionada por varios países en el transcurso de dos años, aunque mantendrá su financiación mixta -pública y privada-. En efecto, el continente está protegido por el Tratado Antártico, en vigor desde 1961 y con 48 países adheridos, que prohíbe que se convierta en terreno en disputa internacional o que se le dé un uso militar.
Bélgica, miembro constitutivo del mismo, inició su aventura polar en 1957 de la mano del explorador Gaston de Gerlache y la construcción de la estación “Rey Baduino”, que apenas una década después dejó de funcionar. 40 años más tarde, la base Princesa Elísabeth tomó el relevo con Alain Hubert a la cabeza.
El valor agregado de esta base ‘ecológica’ es su compromiso con el mundo, el ambiente, la naturaleza y los seres vivos que lo habitan.
Laura Pérez- Cejuela Romero - EFE