Carlos Chicaiza ha vivido en dos mundos: el de la alegría, mientras reía y hacía reír a niños, jóvenes y adultos con su trabajo como Golosito. El otro, el sufrimiento; que derivó en angustia y soledad, tras un accidente de tránsito que a sus 50 años lo dejó postrado en una cama.
Ocho años después, Carlos recuerda con orgullo aquellos días. Esa etapa la más difícil de su vida, forjaron su carácter y sobre todo añadió un talento más a su repertorio como payaso: desde la experiencia personal aprendió la ‘terapia de la risa’. “Muchos de los payasos que trabajan en hospitales y fundaciones han visto el dolor, y por eso creen saber ejercerla. Pero yo lo viví y sé lo que significa vencer a la agonía con la risa, la alegría y la esperanza”.
Fuera de casa, Golosito convive entre niños, fiestas y el ruido de las carcajadas; dentro de ella, Carlos habita con el recuerdo y también con el silencio, interrumpido por el ladrido de su perra cuando ve llegar a las visitas. Él recuerda que no siempre fue así: hace dos años su madre llenada de vida a su hogar, hoy lo hace la mujer de origen colombiano con la que mantiene una relación. Ambas no se encuentran actualmente; la primera se fue en ese inaceptable e irremediable viaje que significa la muerte, la segunda volverá desde su país tras las festividades de fin de año.
Carlos y Golosito se tienen el uno al otro. Son un complemento, una mutua compañía, un contraste. El hombre serio, que apenas esboza una sonrisa, cambia por completo cuando revive al niño que describe la naturaleza de su personaje. “El payaso debe siempre pintar en su rostro varias lágrimas, representan su sufrimiento y dolor”. En eso radica este oficio, en no olvidar nunca que los problemas están ahí, pero también están las sonrisas, armas infalibles para sobrellevar la vida.
Ser payaso no es fácil. Lo sabe Golosito, quien ha vivido de cerca la injusticia que acarrea su oficio. La amplia y nada regulada oferta de establecimiento que emplean y ofrecen a payasos crea competencia desleal, los verdaderos profesionales perciben menos contratos y los shows y eventos en el país se llenan de personas sin talento ni oficio. A esto hay que sumar una falta de organización entre el gremio, que ha impedido forjar una institución sólida y ante todo visible, que reclame y exija a la autoridad, que establezca además normas y sanciones.
Juan Carlos Ocaña. Community Manager