Carlos Chicaiza: golosito

El buen payaso aprende
del amor y del sufrimiento


Los puntos rojos y amarillos están dispersos, lo ocupan todo; no ha quedado espacio sin pintar. Reposan sobre un amplio lienzo de color celeste que pretendería, quizás, ocultar el paso de los años.

La primera impresión impacta, pero no sorprende. Después de todo se trata de la casa de Golosito. ¿Se puede esperar algo diferente del lugar donde vive un payaso? Lo que no deja de resultar sorprendente es encontrar, entre tantas viviendas del casco colonial de Quito, una en cuyo interior los colores impacten así al visitante. Golosito es un payaso profesional. Para corroborarlo está el título de Licenciado en Artes de la Universidad Central del Ecuador, que reposa junto a varias cometas que alzan vuelo en la pintoresca pared.

Si bien se graduó como artista plástico, el mundo de los títeres siempre fue su inclinación y los niños, su pasión. Animar eventos para un orfanato se convirtió en uno de sus primeros impulsos para ser payaso. Hacerlo lo llenaba de satisfacción, aunque no de dinero. Sus primeras actuaciones las hacía por la felicidad de una sonrisa, algo que pocos podrían tasar como un valor.

“Un payaso no nace de la necesidad, nace por la vocación de serlo”. Golosito repite la frase con cierto aire de enojo y de reclamo. Él cuestiona a aquellos de sus colegas cuya falta de recursos los volcó a este trabajo. “El payaso nace, no se hace. Eso está comprobado”.

¿Qué define al verdadero payaso? Ser un señor payaso, alguien que logra hacer de la risa un estímulo que deriva en dinero. Esta profesión es digna cuando se cobra por hacerla, Golosito sabe que se puede vivir bien de ella siempre que el estudio y la práctica estén de por medio. Llegar hasta su casa resulta agotador. Vivir en El Panecillo tiene como ventaja disfrutar de una inigualable vista de la capital; aunque no disponer de un vehículo propio supone un desgastante trajinar. La rutina resulta más difícil si vive con un dolor permanente en la espalda y las rodillas.

Carlos Chicaiza ha vivido en dos mundos: el de la alegría, mientras reía y hacía reír a niños, jóvenes y adultos con su trabajo como Golosito. El otro, el sufrimiento; que derivó en angustia y soledad, tras un accidente de tránsito que a sus 50 años lo dejó postrado en una cama.

Ocho años después, Carlos recuerda con orgullo aquellos días. Esa etapa la más difícil de su vida, forjaron su carácter y sobre todo añadió un talento más a su repertorio como payaso: desde la experiencia personal aprendió la ‘terapia de la risa’. “Muchos de los payasos que trabajan en hospitales y fundaciones han visto el dolor, y por eso creen saber ejercerla. Pero yo lo viví y sé lo que significa vencer a la agonía con la risa, la alegría y la esperanza”.

Fuera de casa, Golosito convive entre niños, fiestas y el ruido de las carcajadas; dentro de ella, Carlos habita con el recuerdo y también con el silencio, interrumpido por el ladrido de su perra cuando ve llegar a las visitas. Él recuerda que no siempre fue así: hace dos años su madre llenada de vida a su hogar, hoy lo hace la mujer de origen colombiano con la que mantiene una relación. Ambas no se encuentran actualmente; la primera se fue en ese inaceptable e irremediable viaje que significa la muerte, la segunda volverá desde su país tras las festividades de fin de año.

Carlos y Golosito se tienen el uno al otro. Son un complemento, una mutua compañía, un contraste. El hombre serio, que apenas esboza una sonrisa, cambia por completo cuando revive al niño que describe la naturaleza de su personaje. “El payaso debe siempre pintar en su rostro varias lágrimas, representan su sufrimiento y dolor”. En eso radica este oficio, en no olvidar nunca que los problemas están ahí, pero también están las sonrisas, armas infalibles para sobrellevar la vida. Ser payaso no es fácil. Lo sabe Golosito, quien ha vivido de cerca la injusticia que acarrea su oficio. La amplia y nada regulada oferta de establecimiento que emplean y ofrecen a payasos crea competencia desleal, los verdaderos profesionales perciben menos contratos y los shows y eventos en el país se llenan de personas sin talento ni oficio. A esto hay que sumar una falta de organización entre el gremio, que ha impedido forjar una institución sólida y ante todo visible, que reclame y exija a la autoridad, que establezca además normas y sanciones.

Juan Carlos Ocaña. Community Manager

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