laclau logró que el populismo dejara de ser una patología

El politólogo argentino Ernesto Laclau falleció el domingo pasado a los 87 años. Supo entender el populismo más allá de los prejuicios.

20 abril 2014.

Aunque pueda ser un lugar común, en este caso es cierto: la muerte del pensador Ernesto Laclau deja un vacío en la politología. Más allá de que se lo ha considerado el pensador más influyente en el kirchnerismo (algo que se ha dicho también de otros intelectuales, como José Pablo Feinmann u Horacio González), se convirtió en un referente para comprender el populismo desde la teoría política sin esas condenas vagas, de “significantes vacíos” que suele hacerse de él. Por esta capacidad de definir el populismo como un fenómeno “democratizador y no como una patología de los pobres”, según refiere el académico ecuatoriano Carlos de la Torre, se convirtió en algo así como un gurú. Al menos en Argentina, cada vez que llegaba desde Londres, en donde era profesor emérito de Teoría Política de la Universidad de Essex, los universitarios e intelectuales acudían a sus charlas como si se tratara de una movilización.

Y también una devoción. Durante las conversaciones que podía darse con algunos de sus lectores en Buenos Aires, no resultaba extraño encontrarse con aquellos que lo citaban, por poco con el número de la página y el párrafo. Es que su libro ‘La razón populista’, cuya primera edición se publicó en el 2005, apareció en una coyuntura regional que le resultaba favorable. Ya en Argentina gobernaba Néstor Kirchner y en Venezuela, Hugo Chávez. Y faltaba poco para que llegaran a la Presidencia Rafael Correa y Evo Morales. Laclau se convirtió en algo así como el soporte teórico de estos gobiernos a los que se los califica de populistas. Pero su preocupación por este fenómeno dista de mucho tiempo atrás. Con un origen dentro de la filosofía marxista, el título de su primer libro, de 1978, lo dice todo: ‘Política e ideología en la teoría marxista: capitalismo, fascismo, populismo’. En el complejo sistema de pensamiento de Laclau, el populismo es la representación de la política, que se revela en un hecho discursivo. El aparecimiento del populismo se da a partir de las peticiones no satisfechas que pudieran convertirse en demandas.

En el caso de las peticiones, que suelen tener el carácter de aisladas, Laclau las denomina ‘democráticas’. Pueden ser satisfechas o no. Pero su nivel de incidencia en los colectivos suele ser nulo o mínimo. Pero hay unas demandas colectivas que se articulan en “relaciones diferenciales” o “equivalenciales” que comienzan, de manera incipiente, a determinar aquello que se ha llamado “pueblo, como actor histórico potencial” y embrión del populismo. Será necesaria, sin embargo, otra precondición para que el populismo comience a gestarse en una realidad: “la unificación de estas diversas demandas -cuya equivalencia, hasta ese punto, no había ido más allá de un vago sentimiento de solidaridad- en un sistema estable de significación”, escribe en ‘La razón populista’. El populismo es lo mismo que la política, a diferencia de la política administrativo-institucional: “el populismo es más bien una forma de la política que un contenido ideológico de la política”, dice. Y De la Torre entiende que este rescate que hace el argentino es por “la potencialidad de la ruptura”. Pero lo cierto es que Laclau reconoce que puede haber dos tipos de populismos: el de derecha, fascista, y el progresista, de izquierda, nacional y popular, como lo sería el kirchnerismo.

El populismo se convierte así en una radicalización de la democracia, con un ingrediente necesario: el líder, que es quien conduce y canaliza las demandas de los excluidos del sistema oligárquico. Sin embargo, el populismo tiene dos problemas que le son constitutivos y que están en la teoría de Laclau: el aspecto autoritario del líder porque “es él quien constituye al pueblo”, dice De la Torre, y la necesidad de la construcción de un enemigo, mas no un adversario que se supone coexisten en sociedades democráticas. Esta lógica “amigo-enemigo” es necesaria en el populismo. Quizá la expresión del pensador peronista John William Cooke (1919-1968) lo sintetice mejor: “el peronismo es el hecho maldito del país burgués”. Es esta dualidad “amigo-enemigo” el argentino José Antonio Díaz advierte, en el diario Perfil, que los enemigos pueden constituirse en el mismo seno de ese movimiento. Sería el caso, en Argentina, del el líder sindical Hugo Moyano, quien pasó de ser uno de los necesarios a convertirse en uno de los más repudiables y defensor de los intereses oligárquicos, como el del grupo de comunicación Clarín, el mayor enemigo de los ‘K’.

De hecho, el mismo Laclau, en una entrevista concedida a diario La Nación, definió que Sergio Massa, el opositor al kirchnerismo al interior del peronismo, sería “un rival”, pero que el alcalde de Buenos Aires, Mauricio Macri, es un “enemigo” porque quiere terminar con el modelo nacional y popular (‘nac & pop’). “Laclau está en la vertiente teórica que entiende la política como un hecho discursivo”, dice Alfredo Aloisio en Página 12. Y esta no sería una relación de significantes, sino la presencia de un vacío estructural. Con ello, el populismo adquiere un nivel más allá de la patología.

Santiago Estrella G.
sestrella@elcomercio.com

Frases

Cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la política, aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas.

El populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que esta se convierta en mera administración”.

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