16 febrero 2014.

Han pasado más de 19 años, pero hay recuerdos que permanecen intactos en la memoria de estos Héroes del Cenepa. Los sonidos, los colores, los olores de la guerra son imposibles de olvidar.

El dolor fue cediendo con el paso del tiempo, pero no ha desaparecido. Estos héroes anónimos deben enfrentarlo todos los días cuando se levantan de la cama y completan sus cuerpos con artefactos hechos de plásticos especiales y titanio. Pero las huellas del Cenepa no son solo físicas sino también psicológicas. Adaptarse a una nueva vida, luego de meses de hospitalización, cirugías y tratamientos, tuvo características distintas para cada uno. Para seguir en su lucha a veces contaron con el apoyo familiar, pero siempre con el orgullo y la motivación de haber defendido a su país. Para algunos de ellos, las condecoraciones y fotografías de sus inicios en la vida militar son tesoros que desempolvan de vez en cuando. Suelen arrancarles lágrimas y suspiros, pero también sonrisas.

Estos ocho militares retratados son apenas un puñado de los héroes de la guerra que terminó en febrero de 1998. Son parte de los 263 miembros de la Asociación de Combatientes Discapacitados y Condecorados Héroes del Cenepa, que funciona en el Ministerio de Defensa, en Quito.

La idea de este trabajo me sobrevino cuando observé en Quito a un militar con capacidades especiales que permanece activo. Quise adentrarme en el mundo de estos héroes para conocer cómo sobreviven, y tardé un mes en construir estas ocho historias.

Están a la espera de la Ley de Héroes y Heroínas. Ello significará un doble sueldo básico mensual de por vida, becas para sus hijos, vivienda (algunos ya la obtuvieron antes) y otros beneficios que les ayuden a librar su silenciosa batalla personal.

Fotos: Paúl Rivas Bravo / EL COMERCIO