Gobernantes de todo el mundo sueñan con replicar el modelo de Silicon Valley. Rusia y China invierten millones y no lo logran. ¿Cuál son las fórmulas? Muchas, pero sobre todo los factores culturales.
No funciona ni en Rusia ni en China
En Rusia, el ahora ex presidente Dimitri Medvedev montó un espacio de más de 400 hectáreas en Skolkovo con el fin de crear un parque tecnológico y hasta el presente ha recibido cerca de USD 4 mil millones de inversión. El proyecto está en zozobra. La agencia Bloomberg dice que uno de los motivos es la decisión del gobierno de Vladimir Putin de hacer un allanamiento en las oficinas de Skolkovo en busca de documentos. En el operativo, Dusty Robins, un alto ejecutivo de la fabricantes de chips, Intel, fue retenido y obligado a entregar su teléfono. Apenas salió libre voló de regreso a EE.UU. y no quiere volver. Tampoco Intel.
La China es otro país que ha invertido sin éxito miles de millones en parques tecnológicos. Piero Scaruffi sostiene que hay tres factores por los cuales no funcionarán: el primero es que hay una enorme cantidad de conocimiento que no llega a China porque hay sitios en Internet que están vedados; el segundo es que es imposible criar una generación de jóvenes creativos cuando solo pueden “consumir” lo que el gobierno permite, y, tercero, los cerebros de otros países no van a migrar por el resto de sus vidas a un país sin libertades. Siempre van a preferir California.
12 Enero 2013.
La idea de replicar un espacio de desarrollo e innovación como el de Silicon Valley es algo así como un mantra global. Sin embargo, todos los intentos han fracasado. Los de Francia, Rusia y Noruega son los casos más citados sobre intentos fallidos de crear, bajo el auspicio del Estado, un motor de desarrollo e innovación, similar al de California. China y Corea, a pesar de los miles de millones que han invertido, no han podido crear un Google o un Facebook, decía Steven Davidoff hace poco en el New York Times.
¿Cómo se construye entonces un Silicon Valley? La pregunta ha generado millones de páginas en estudios y, la verdad, ninguno ha llegado a una respuesta única. Los que le apuestan a la educación coinciden en la importancia de centros educativos como Stanford, quienes creen en la fuerza del capital hablan sobre la importancia de los Venture Capitalist o inversores de riesgo, y los libertarios sostienen que es la ausencia del Estado regulador. Incluso hay quienes dicen que todo se debe a su clima.
Pero todos coinciden en que hay un factor que es difícil de replicar, a diferencia de los anteriores: que tiene que ver con la cultura. ¿Existe un factor cultural que haya permitido que una porción tan pequeña del territorio de los EE.UU. genere una economía con gigantes como Apple, Google, Facebook, Intel, HP, Oracle, Lockeed Martin o Tesla Motors?
Hay quienes sostienen que el origen histórico de esta cultura está el 367 de la calle Addison, en Palo Alto. Allí, durante los años 30, en un pequeño garaje los jóvenes estudiantes de Stanford David Packard y William Hewlett montaron, con el préstamo de USD 500 que les entregó un profesor, un taller en un garaje donde construyeron un oscilador de audio del que poco tiempo después fue cliente Walt Disney. Dicen los historiadores que cuando el profesor les entregó el préstamo les habló de la importancia de que los egresados de Stanford montaran sus propias empresas en lugar de buscar empleo en compañías establecidas. Actualmente, al frente del viejo garage existe una discreta placa que dice “Birthplace of Silicon Valley”, o lugar del nacimiento del Silicon Valley en referencia a la idea del sueño compartido de montar un emprendimiento tecnológico y no ser únicamente empleado.
Elizabeth Charnok en su ensayo ‘¿Por qué es tan difícil replicar el éxito de Silicon Valley en el extranjero’, publicado en Business Week, sostiene que el factor que hace única a la cultura del valle es la actitud de sus habitantes frente al fracaso. A diferencia de cualquier otro lugar del mundo, el fracaso es una buena señal. Según Charnock el 95% de las ‘startups’ del valle fracasan en poco meses. A diferencia de lo que ocurre en el resto del país o del mundo, en Silicon Valley una persona que ha fracasado varias veces en sus emprendimientos no es porque sea incapaz sino porque ha tenido el mérito de intentarlo. ¿Si hay tanto fracaso cómo explicar tantos intentos? Sencillo, dice Charnok, la cantidad de dinero y fama que se puede alcanzar con tan solo un triunfo son inconmensurables. En cualquier otro sitio de los EE.UU. un empresario con dos o tres fracasos a cuestas difícilmente conseguirá un préstamo, no así con los banqueros de Menlo Park.
Piero Scaruffi, crítico, residente y a la vez uno de los más lúcidos pensadores sobre el Silicon Valley, sostiene que esto es parte de lo que llama ‘youth culture’ o cultura joven que, según él, se resume en tres conceptos: cuestionar la autoridad, pensar distinto y cambiar el mundo. Esto, dice Scaruffi coincidiendo con John Markoff, el especialista del New York Times en el Silicon Valley, se origina en los antecedentes de contracultura de la zona. Para Markof, el que esta zona vecina de San Francisco haya sido clave en el nacimiento del movimiento hippie o del uso de drogas sicodélicas, ha producido mentes mucho más flexibles a la computación, como la de Steve Jobs, a quien considera heredero de esa contracultura.
Jobs, durante su célebre discurso en Stanford, en el 2005, resaltó la importancia que tuvo en su carrera un emblema de la contracultura: el ‘Whole Earth Catalog’, un nada ortodoxo catálogo de las ideas y objetos de la humanidad que para muchos es el germen del Internet.
Según Scaruffi, es imposible pensar en un Silicon Valley donde no exista una “actitud amistosa” hacia el excéntrico individualista. En Europa y en la Costa Este de los EE.UU., por ejemplo, existe una visión que premia al empleado que viste correctamente y no siempre al talento. En el valle, en cambio, un excéntrico que trabaje en chanclas perfectamente podría terminar en billonario.
Quizá una buena definición de este espíritu es el lema del catálogo antes mencionado y que Steve Jobs citó en su discurso: “Stay hungry, stay foolish”, es decir: sigan hambrientos, sigan locos.
Martín Pallares - Editor