LA NOSTALGIA DE LA
JINETEADA CHAGRA

Dos nuevos libros recrean la cosmovisión del chagra, habitante de los páramos. Ilustrados con bellas fotografías aportan para conocerlo más.

Quito ofrece cabalgatas
A la gente que le gusta cabalgar tiene a la mano un sendero de casi 20 km para hacerlo: el Parque Metropolitano del Sur de Quito.

En las 750 hectáreas del parque se habilitaron los senderos para los amantes de la equitación. Hacerlo no tendrá costo, pero sí varias reglas que respetar. Solo se debe registrar en el ingreso al parque y llenar un ficha. También que el animal tenga un certificado de salud, en el que se compruebe que no está infectado con anemia infecciosa. Con el tiempo habrá carnetización. Carlos Larrea, administrador del parque, dice que el proyecto está pensado para la gente que cabalga a cielo abierto. Se accede por la av. Simón Bolívar.

12 Enero 2013.

D os libros recientes narran la fascinante y dura vida del chagra, habitante del páramo andino, cuyo arraigo a su tierra es profundo y ancestral, pues se remonta a la lejana Colonia.

Los flamantes libros: ‘Tierra de chagras’, fotos de María Emilia Moncayo y textos de Fabián Corral; y ‘La comarca y lagunas de Piñán’/Crónica de viaje’, fotografías de José A. de la Paz Calisto, Francisco J. de la Paz Burneo y Cristina de la Paz Burneo. Texto: José A. de la Paz Calisto.

Los libros-objeto, por las bellas fotografías y los textos claros y didácticos, fueron publicados por Trama Ediciones. Aportan a conocer la cosmovisión del hombre del campo.

Él chagra defiende, en su trabajo cotidiano, en las fiestas y en el uso de la vestimenta, las costumbres, una rica tradición en la que se funden rasgos hispanos e indígenas, para formar un mestizaje apegado a la tierra, a la leyenda, a la identidad del país.

La Gruesa, mar de cuernos
El esperado e inmenso rodeo del páramo se denomina La Gruesa. Se diferencia del rodeo montubio, el cual se practica en plazas, porque se realiza a páramo abierto: una o dos veces en el año, decenas de jinetes se alistan para cabalgar vastos territorios de añejas haciendas y rodear al ganado que ha pastado libre por pajonales, chaquiñanes, quebradas, riscos y en las faldas de los montes.

Fabián Corral, catedrático y conocido abogado, apasionado por el caballo y el campo, define a esta liturgia que se celebra en las altas catedrales de viento y piedra: “El rodeo: potro y jinete en fusión de rebeldía y audacia. Brava y paradójica lucha por la libertad y el dominio. Estatua viva. Músculo y movimiento que se juntan en una danza extraña, apresurada, violenta”.

María Emilia Moncayo estudió fotografía en la Universidad San Francisco de Quito y en EE.UU. Dice que La Gruesa, donde el coraje del chagra se deja ver, cumple funciones vitales: vacunas contra los parásitos que afectan a las reses, corte de pezuñas, conteo de la vacada, marcas de hierro, etc.

Para Fabián Corral, en Machachi, en Cayambe, en Alausí o en Sibambe, cada año, a fines de julio, cientos de emponchados se reúnen al impulso de aficiones que son casi una mística: el caballo y los aperos. Los chagras acuden de todas partes -sostiene Corral- desempolvando sus zamarros, su poncho y su corazón para mostrar sus destrezas de doma y lazo, antes de los toros populares.

Según Moncayo, el proyecto del libro le llevó dos años, con la investigación incluida.

Por ello, explica que buscó al chagra auténtico, al hombre y a su inseparable caballo; al que siempre viste zamarros de cuero y lana, el infaltable sombrero, la bufanda, y las grandes espuelas ‘roncadoras’ con las que el jinete hinca al alazán para llevar a cabo una variedad de suertes -juego del lazo y cabriolas- que deleitan a la gente , cuando es época de fiestas, casi siempre en el verano.

Corral ofrece detalles de los atuendos, como el colorido poncho. “No hay chagra sin ‘poncho de castilla’. Y por supuesto, sin montura de vaquería y sin caballo criollo. Como los demás jinetes de América, el nuestro generó una cultura que se afincó en sus habilidades ecuestres y en el uso de prendas que definen e identifican al personaje”.

Moncayo participó, con ropa abrigada y el poncho inseparable, en un rodeo de nueve días, en Yanahurco, al pie del Cotopaxi, una de las haciendas más grandes del país (25 000 ha).

María Emilia captó con su Canon digital paisajes verdes, agrestes, alucinantes. Rostros curtidos por el sol equinoccial y el viento. Cabalgó desde el Cotopaxi al Antisana y compartió con los chagras trucha asada, caldo de gallina; en la noche oyó pasillos lastimeros al calor de un fogón, que evocaban amores perdidos y ambientes idílicos.

Tomó cientos de fotos. Ella reconoce que Rómulo Moya Peralta, editor de Trama, ayudó a editarlas.

Luna y agua en Piñán
José A. de la Paz Calisto, empresario y amante de la Sierra, escribe una crónica amena de La Comarca, localizada en un “maravilloso y único rincón de la Serranía imbabureña, a 3112 msnm”. Paso a paso narra la aventura a caballo, en la que destaca el esfuerzo de los campesinos por hacer turismo comunitario. Su calidez. Su sentido práctico y sensible de la vida.

Acompañada de estupendas fotos, el cronista se emociona en el encuentro con la laguna madre de Piñán. Cuenta una leyenda de una bella princesa, quien se quedó prisionera de amor. Aquí el comienzo: “Hace muchísimo tiempo vino un cacique Cayapa acompañado de su bellísima hija a comerciar con los Caranquis; ya al regreso, cerca del Lago Grande (Donoso, 2 500 m de largo), la princesa se detuvo a admirar la belleza del lugar. Tan hermosa era que el lago se cautivó de ella y, utilizando poderes, la retuvo para siempre”.

Si el autor de ‘La comarca y lagunas de Piñán’ apostó atraer al lector a esos paisajes ocultos del Ecuador lo hizo.

En las imágenes se aprecian a los jinetes cruzando ríos limpios, acampanado al pie de las lagunas azules, hospedándose en la sencilla y acogedora casa de los campesinos que guían a los turistas. Iván Suárez, de la Fundación Cordillera, es el enlace para acceder a Piñán y a sus lagunas, localizadas en la reserva Cotacachi-Cayapas.

Lagunas llenas de misterio, cobijadas por la luna y la niebla, llenas de leyendas como la que acabamos de citar.

La Luna en la laguna es una fiesta para los sentidos: un juego perpetuo del blanco lunar y el azul del agua. La foto es tan seductora porque la Luna, un disco de plata, se sumerge en las aguas tranquilas.

Piñán no solo atesora un paisaje maravilloso. Es la casa de las bromelias, de la chuquiragua, del pumamaqui, del venado de cola blanca, de pumas, cervicabra, cóndor, halcón, curiquingue y gaviota de páramo. En las fotos se aprecia la calidez de los campesinos, habitantes de rústicas chozas, levantadas junto a los ríos. Si desea visitar Piñán puede comunicarse con la Fundación Cordillera (Otavalo): 062 923633.

Byron Rodríguez V. - Editor
brodriguez@elcomercio.com


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