Tres figuras literarias en la región comparte un ADN particular. Los tres rompieron con el romanticismo decimonónico y sintonizaron con un futuro narrativo aún por construir.
16 febrero 2014.
E diciones Barataria (Barcelona) publicó tres novelas únicas en la historia literaria de América Latina. En 2009, ‘Un año’ de Juan Emar, seudónimo de Álvaro Yáñez Bianchi con prólogo de Enrique Vila-Matas. En el mismo año, ‘Casa de cartón’ de Martín Adán, seudónimo de Rafael de la Fuente Benavides, con prólogo de Vicente Luis Mora y en 2012 en un mismo volumen ‘Débora’ (novela) y ‘Un hombre muerto a puntapiés’ (cuento) de Pablo Palacio, con prólogo de Leonardo Valencia. Las tres forman parte de la colección Humo hacia el Sur que recoge la narrativa de Macedonio Fernández, César Vallejo, Martha Brunet, entre otros.
Wilfrido H. Corral y Leonardo Valencia señalaron acertadamente que en el caso de Pablo Palacio la lectura de su obra estuvo tamizada por las vicisitudes que marcaron la vida del escritor antes que por el valor intrínseco de la misma. No sin riesgo debo señalar que esta apreciación puede hacerse extensiva a Juan Emar y a Martín Adán. ¿Podemos hacer una lectura de lo que dicen las obras, por sí mismas, más allá de la desventurada o feliz vida de sus autores?
En un breve e incisivo ensayo bajo el sugerente nombre ¿Qué debe saber el lector? Hans-Georg Gadamer plantea la tesis de que no es necesario conocer la biografía del autor para comprender o interpretar un poema y si se sabe algo es necesario dejarlo a un lado para alcanzar la comprensión precisa. Desde mi punto de vista la tesis es perfectamente adaptable a la narrativa. Como lectores debamos descubrir todo lo que el texto (el poema dirá Gadamer) sabe sobre sí mismo.
Dejando de lado la vida de los autores aconsejo tomar los tres volúmenes de Barataria o de alguna edición disponible y leerlos procurando un diálogo directo con las obras. ¿Por qué hacerlo? Fueron obras únicas, una especie de estrellas fugaces en el panorama de la narrativa latinoamericana de los años 30 del siglo pasado. Su estela luminosa desapareció dejando solo rastros aislados.
Desde diversos estilos las tres obras implican una concepción de novela que rompió radicalmente con el romanticismo decimonónico y que las puso en sintonía o las ancló con un futuro narrativo aún por construir y que solo se evidenciaría avanzada la segunda mitad del siglo XX, más allá de lo que se conoció como la «vanguardia». Son actuales, contemporáneas y pueden y deben ser leídas desde su valor literario presente y no como parte de una historia literaria ya muerta o convertida en objeto de una pura y fútil erudición.
Las tres obras fueron publicadas en un arco temporal que va de 1927 a 1935. A más de esta circunstancia y aún en el asilamiento de unas con otras (sospecho que nunca dialogaron ni autores, ni obras) y con diferentes estilos y entramado temático, tienen un algo compartido. El ciclo se inicia con ‘Débora’ de Pablo Palacio, publicada en octubre de 1927, nueve meses después de la publicación de ‘Un hombre muerto a puntapiés’. A pesar de la propuesta de olvidar los datos del autor, debo señalar que Palacio tenía a la fecha 21 años. El cuento y la novela de Palacio han sido plenamente reconocidos por la crítica. El Fondo de la Cultura Económica de México le hizo el mayor homenaje editorial al publicar la obra completa, con un estudio introductorio de Wilfrido H. Corral y artículos de Adriana Castillo de Berchenko, Humberto E. Robles, Leonardo Valencia y Yanna Hadatty Mora, entre otros. Martín Adán publicó ‘La casa de cartón’ en 1928, tenía envidiables 20 años. La novela es muy poco conocida en nuestro medio. Definitivamente no es de circulación masiva que por lo general confunde calidad con ventas. ‘La casa de cartón’ nos enseña un mundo de significados abstrusos, visiones que fracturan el sentido común desde el que habitualmente se observa el mundo: una visión radicalmente antirromántica de la vida. Dice el narrador de ‘La casa de cartón’:
«El mar es un alma que tuvimos, que no sabemos dónde está, que apenas recordamos nuestra —un alma que siempre es otra en cada uno de los malecones—.»
«Ah, Catita, la vida no es un río que corre, la vida es una charca que se corrompe.»
Cierra el ciclo la novela ‘Un año’ de Juan Emar publicada en 1935. Al igual que ‘Débora’ y ‘La casa de cartón’ esta novela recorre mes a mes todo un año (antecedente de ‘Mi siglo’ de Günter Grass) dinamitando cualquier lógica con la que nos protegemos de la incertidumbre y todo lo que englobamos bajo el término de «sentido común. El clímax es Julio 1° en que, en tono vallejiano, el narrador escribe:
«Hoy he vagado sin rumbo. Tras de mí, paso a paso, el dedo de Dios. Lo he sentido a todo momento. Dos veces se me ha clavado en la nuca.
Mas lo ha hecho en forma leve, en forma equívoca. Lo ha hecho como vislumbre, enredándose en mis propias apreciaciones sobre su identidad.»
Especulo: Juan, Pablo y Martín fueron uno solo. Una rara especie de escritor fragmentado en el espacio y en el tiempo que borroneó las tres historias, algo que apenas si es importante; lo significativo es que allí están redivivas en nuevas ediciones retándonos para una nueva lectura y una nueva comprensión. *Novelista, crítico de literatura y sociólogo ecuatoriano. Autor de ‘El invitado’.
Carlos Arcos Cabrera*