PIMÁN: JOYA DEL ROMANTICISMO

El poeta Julio Zaldumbide construyó la casa tras el terremoto de Ibarra en 1868. Fue el escenario de ‘Égloga trágica’.

GONZALO ZALDUMBIDE
Fue estigmatizado por quienes lo consideraban europeizado y aristócrata. Escribió ‘Égloga trágica’ en 1911, en tono modernista. Para otros es el gran virtuoso del idioma en el Ecuador.

05 Enero 2013.

Cuando el viajero se ubica en la parte más alta del polvoriento camino que une a Ibarra con el cálido valle del Chota y deja caer su mirada por los riscos, se encontrará con la sorprendente visión de un manchón de gigantescos árboles, en cuyo verde oscuro -que contrasta con los ocres de los desiertos circundantes- anida una vieja casa de hacienda, como si quisiera protegerse del sol.

Pero la vieja casona no es una más de las miles de viejas casas de haciendas de la Sierra ecuatoriana. Bajo las sombras de sus más que centenarios árboles y en sus antiguos corredores, se concibió una novela que terminaría por convertirse en el nudo gordiano de un viejo debate sobre la literatura nacional. La casa en cuestión es la casa de Pimán y uno de sus últimos propietarios, Gonzalo Zaldumbide, se inspiró en los jardines románticos sembrados por su padre, el poeta Julio Zaldumbide, para escribir ‘Égloga trágica’, una novela escrita en tono modernista, en 1911, que terminaría siendo el eje de un debate sobre la literatura nacional y sobre cuál debe ser el papel del creador en la sociedad.

La exquisita restauración y adecuación turística de la casa, ejecutada por su actual propietario, Guillermo Zaldumbide, se convierte en una tentadora invitación a repasar el debate sobre aquellos creadores que han sido estigmatizados por no suscribirse a las ideologías en el poder, como es el caso de Gonzalo Zaldumbide.

‘Égloga trágica’ narra en prosa poética la historia del joven Segismundo, que vuelve a la heredad familiar de Pimán luego de muchos años en Europa, para vivir una serie de aventuras y desventuras, cuyo desenlace es una trágica historia de amor. Desde que fue escrita la novela ha estado en medio de una acre polémica, cuyos ecos aún se evidencian. De un lado se colocaron quienes ven en ‘Égloga trágica’ a una novela escrita con prosa vacua y pretensiones aristocráticas, que retrataba sin afán crítico una impresentable realidad de explotación e ignominia rural. Del otro lado se ubican quienes consideran que la obra constituye un prodigio del dominio del lenguaje y un pieza vital del modernismo ecuatoriano.

Con el tiempo habrían de imponerse los primeros y con el advenimiento de la crítica marxista, de la mano de Agustín Cueva en su obra ‘Entre la ira y la esperanza’, la figura de Zaldumbide y su obra quedarían marginadas al estudio y deleite de unos reducidos círculos intelectuales. Mejor suerte tuvieron aquellos para quienes la literatura tenía que ser una herramienta de reivindicación social, como Joaquín Gallegos Lara. Esa misma convicción que le hizo a Gallegos Lara despreciar la obra de ¬Pablo Palacio, precisamente por haber preferido historias urbanas y subjetivas alejadas de la denuncia social.

Para Cueva, la novela inspirada en Pimán representaba la continuación de la cultura colonial y como tal no tenía valor cultural alguno. Como lo dijo Abdón Ubidia en un artículo en 1992 “a partir de ‘Entre la ira y la esperanza’, en el discurso intelectual ecuatoriano desaparecieron y ojalá que para siempre, las añoranzas a los tiempos coloniales que escritores como Gonzalo Zaldumbide nunca pudieron ocultar debidamente”.

Pero hay quienes creen que tras esta estigmatización pesó más la ideología hegemónica de ese entonces que la auténtica apreciación literaria. Diego Araujo, profesor y especialista en historia de la Literatura ecuatoriana, cree que muchos de los enemigos de la novela ni siquiera la leyeron. Para Araujo, Zaldumbide y su ‘Égloga trágica’, inspirada en Pimán, fueron víctimas de una crítica que pasaba primero por el filtro de la ideología y el conflicto de las clases sociales. La figura aristocrática y la cultura afrancesada de Zaldumbide siempre despertaron antipatías entre quienes se adherían al indigenismo y al realismo social, tan de moda en los años 20 y 30 como lo estaba la Unión Soviética.

Para Araujo, la estigmatización de Zaldumbide y su ‘Égloga trágica’ es injusta. Tan injusta como la serie de insultos que el escritor Pedro Jorge Vera, de convicciones marxistas, le profirió al escritor argentino Jorge Luis Borges cuando visitó el país en los años 70.

Pero la huella de Pimán y la polémica que se derivó de ‘Égloga trágica’ no acabó con el desmoronamiento del prestigio de la crítica cultural marxista. En ‘El pinar de Segismundo’, la atrapadora novela de Eliécer Cárdenas que quedó en segundo lugar en un concurso nacional de novela en el 2008, la figura de Zaldumbide y de su hacienda vuelven a ser protagónicas. En este caso, la fina narrativa de Cárdenas hace de la hacienda y su refinado propietario una caricatura que raya en lo grotesco. En ‘El pinar de Segismundo’, Pimán y Zaldumbide son piezas claves de una historia que, según el autor, es una anécdota inventada por la que pasan las más “señeras” figuras de la literatura ecuatoriana, como Benjamín Carrión, Jorge Icaza, César Carrera ¬Andrade y otros.

En la novela de Cárdenas, Pimán es descrita como si se tratara de una lujosa y ampulosa propiedad. La visita al lugar, ahora que está restaurado y magníficamente habilitado para el turismo, basta para ver que la casa de hacienda fue más bien un lugar austero, donde la sofisticación se manifiesta no en los lujos ni en los ornamentos sino en un parque de clarísima inspiración romántica y uso sencillo de los elementos.

Y en efecto, fue el poeta romántico Julio Zaldumbide quien levantó la casa y plantó el jardín en 1868, luego del terremoto de Ibarra, que había destruido la colonial casa de la hacienda. Dicen los historia¬dores que la historia de Pimán se remonta al siglo XVIII, cuando Manuel Rubio de Arévalo, presidente de la Real Audiencia de Quito, compró los predios de Pimán y Yurac Cruz.

En 1776, a su muerte, heredó la hacienda su hija Josefa Rubio de Arévalo y Mancheno de Ayala, casada con Don Juan Zaldumbide Ibargoitia. En ese entonces, Pimán era famosa por la crianza de burros, que eran vendidos a los arrieros. Pimán pasó luego a manos de Ignacio Zaldumbide, uno de los fundadores del Quiteño Libre, quien fue muerto mientras combatía al gobierno de Juan José Flores, en la batalla de Pesillo. Su hijo Julio, a quien el poeta y periodista Alejandro Carrión llamó “la vera efigie” del romanticismo ecuatoriano, pasó grandes períodos de su vida en la propiedad y gran parte de su obra poética la produjo bajo la sombra de los mismos árboles a los que su hijo Gonzalo dedicó ‘Égloga trágica’.

Julio Zaldumbide, muchos años antes de que su hijo Gonzalo escribiera ‘Égloga trágica’, también había tenido activa participación en las primeras discusiones sobre poesía o literatura nacional en la historia del Ecuador.

En una serie de cerca de 60 cartas enviadas a otro literato, Juan León Mera, Zaldumbide había lanzado las primeras tesis sobre lo que consideraba la auténtica creación nacional. “Poesía nacional es la que refleja en sí las costumbres, los sentimientos y el carácter de toda una nación, y poeta nacional es el que piensa y siente como la nación a que pertenece. Ahora bien, ¿qué llama usted nuestra poesía nacional? la poesía indiana, es decir, la poesía que refleja las costumbres, etc. de los Incas que ya no existen. Nuestra nación no es la de los Incas, de consiguiente esa poesía no puede ser nuestra poesía nacional, ni usted nuestro poeta nacional, porque no piensa y siente como el pueblo americano siente y piensa”, decía en una de esas cartas, que han sido seleccionadas en el estudio inédito que el erudito Bruno Sáenz dedicó a quien muchos consideran como la más importante y pura voz del romanticismo ecuatoriano.

Y todo esto bajo la sombra de los árboles de Pimán.

Martín Pallares - EL COMERCIO
politica@elcomercio.com


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