LA COMUNICACIÓN INMEDIATA Y VIRTUAL
cambió las formas del amor. La naturaleza del sentimiento se presta para que los muros públicos marquen el inicio y el fin de las relaciones.
05 Enero 2013.
De repente los asuntos virtuales comenzaron a parecer importantes, y entre los más importantes: el siempre importante del amor. Que lo es, pero no a la manera de los grandes clásicos; esos -enfrentados a la inmediatez de la tecnología- perderían el nudo dramático. La comunicación infortunada que llevó a la
muerte a Romeo y Julieta se habría resuelto con un mensaje de whatsapp que revelase el falso plan del suicidio antes de que la tragedia se concretara.
Tal vez no cambia el amor sino el canal. Ya no hay una visión de la vida ajena a la telefonía celular y la Internet es camino y destino; una vez dentro ya no se puede estar afuera. Cuando se ingresa en el mundo no tan privado de los muros, resulta sencillo convertirse en el alma gemela de alguien: su descripción, gustos y aspiraciones están al toque de un clic en su perfil. Así lo apunta en anécdotas el narrador argentino Hernán Casciari, en ‘El nuevo paraíso de los tontos’.
“Mira para afuera -le explicaba un amigo a Casciari-. Imagínate que todas las mujeres que están pasando ahora por la calle tuvieran un cartel en el culo que dijera ‘Estoy en una relación complicada’ o ‘Soy soltera’ o ‘Solamente busco amistad’, o incluso ‘Me interesan los hombres y también las mujeres’...” Hablaba de que tener esa información posibilitaba una estrategia de acercamiento, una que -según una intención ligatoria- haría de las redes sociales camino fácil para saltar del ordenador a la cama.
En redes sociales se vive, se siente, se comunican las relaciones. No se admite la timidez, porque la proximidad virtual desactiva las presiones de la cercanía real; la transformación de la intimidad de la que hablaba el sociólogo Anthony Giddens derivó en una ‘intimidad digital’, una confianza estrechada de monitor a monitor.
Allí se busca al otro con una reconstrucción de nuestro discurso y representación (lo que quisiéramos ser). La pantalla es un espejo modificado con la selección de fotos subidas , con las palabras escogidas para los 140 caracteres, es decir discursos propios del flirteo, un influjo estético e ilusorio sobre el otro.
Y de lo más reciente en cuanto a redes sociales, es el Snapchat (que autodestruye las imágenes enviadas sin dejar rastro), la expresión máxima de la inmediatez y la volatilidad con la que se resuelve el amor, cada vez más distante de la relación duradera y apostándolo todo por el ‘one night stand’, sujeto a temporalidades como un tuit, con fecha de caducidad como un ‘post’, un sentimiento tan efímero que se desvanece. Quizá ya no sea suficiente citar ese ‘amor líquido’ del que reflexionaba Zygmunt Bauman, y, más bien, pensar los vínculos humanos como un ‘amor gaseoso’, totalmente inasible y por ello siempre deseable.
Sin embargo, el ensayista polaco propuso algunas ideas que bien podrían aplicarse sobre la complejidad del amor en estos días. Como en lugar de hablar sobre relaciones, hacerlo sobre conexiones; y en vez de parejas hacerlo de redes, lo cual sugiere momentos para estar en contacto, pero con períodos de libre merodeo. A diferencia de las ‘verdaderas relaciones’, las ‘relaciones virtuales’ son de fácil acceso y salida: siempre se puede oprimir la tecla ‘delete’.
Ante la fragilidad de esos vínculos, la salvación es la velocidad, y establecer relaciones se torna entretenimiento.
Pero vivir ‘on-line’ supone dificultades para ponerse ‘en off’, entonces el amor presenta los mismos conflictos de lo real en lo virtual. Con la misma facilidad que permiten empatar caracteres (las más frívolas según edad o signo del zodiaco), las redes sociales dejan observar en la calle virtual que esa persona ‘especial’ puede estar con @alguienquenoerestú. Entonces un “no me llames”, ya no es suficiente, pues se multiplica con la retahíla propia de estos días: no llamadas, no inbox, no sms, no retuit, no post, no face.
Así como una relación se toma en serio cuando se anuncia con un cambio de estado en las redes, también reza el dicho: “Ojos que no ven, Facebook te lo cuenta”. Y la bronca en la pareja empieza, como casi siempre, desde una tontería... la diferencia es que esa suciedad -por la necesidad de exposición- se limpia en frente de los amigos, seguidores y visitantes.
La presencia en redes permite conjeturar sobre el otro: dónde está, de qué habla, quién le comenta, por qué... El amor en su naturaleza busca sepultar toda incertidumbre, implica proteger y dar refugio pero también cercar, encarcelar; a tal punto que conocer la contraseña del Facebook/e-mail se convierte en obsesión y fin, ante la duda sobre la fidelidad.
Dando paso con ello al desengaño o a la desilusión.
Cuando el enojo domina las emociones, se puede leer cualquier ‘post’ de la peor manera posible y responder con agresividad; entonces hasta el emoticon pierde efectividad. Ni hablar de fotos: uno de los mayores dramas resulta ser etiquetado en imágenes ‘indebidas’, donde un abrazo amistoso se saca de contexto. Entonces los caprichos del amor (y el ansia de poder) se convierten en castigos para celosos, consejos para internautas.
Flavio Paredes Cruz. Editor
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