‘EL PAÍS HA PERDIDO MENTES LÚCIDAS’

Alexandra Kennedy reflexiona sobre la intelectualidad de hoy y también habla de la de inicios del siglo XX, a la que conoce muy bien tras su investigación para montar la muestra ‘Alma mía’

Alexandra Kennedy Troya
Doctora en Historia (Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito), magíster en Historia del Arte Latinoamericano (Universidad de Tulane, Nueva Orleans), y bachiller de artes en la especialidad de Historia de Arte (Universidad de Navarra, Pamplona); profesora principal en la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad de Cuenca.

05 Enero 2013.

Las sociedades de ‘entresiglos’ suelen ser convulsas, extrañas, generadoras... Eso lo sabe bien Alexandra Kennedy luego de haber pasado cuatro años siguiéndoles la pista a los creadores de inicios del siglo XX. Y también lo sabe porque ahora mismo ella es una de esos intelectuales de ‘entresiglos’ que se enfrenta a un mundo en cambio. Tras haber montado la muestra ‘Alma mía. Modernidad y Simbolismo’, en diciembre pasado, esta historiadora del arte nacida en Liverpool, criada en Quito y radicada desde hace 20 años en Cuenca, acepta hacer un alto en su agenda atestada de actividades y dedicar unos minutos a repensar la intelectualidad ecuatoriana, la de antes y la de ahora.

¿Qué ecuatorianidad nos heredaron los intelectuales de inicios de siglo XX?
Depende; por ejemplo, toda el ala tradicional de 1870 a 1940 nos dejó la noción de que debería ser la religiosidad cristiana la que marque nuestros pasos, incluso permeando al Estado. Y mucha gente cree todavía en eso. En cambio hay otros que creen que el laicismo es una herencia de ese momento importantísimo, en el que aprendimos que como laicos tenemos que entender y aportar desde nuestra individualidad y que la libertad de pensamiento es importante.

¿El Ecuador es laico?
No.
O somos unos laicos muy creyentes… Y las artes no han escapado a esta lógica. Desde las artes más bien sí veo un desprendimiento, sobre todo desde las artes más contemporáneas. Pero hasta los 60 o 70, con Guayasamín a la cabeza, lo que hubo fue una forma religiosa de entender al mundo; los dogmas dejaron de ser religiosos para volverse político-ideológicos.
¿Dices que la sociedad ecuatoriana es dogmática…? no estoy segura. Es posible que sí.

Volviendo a los intelectuales que recoge ‘Alma mía’, ¿eran realmente un motor, qué papel cumplían?
Al principio incomodaron mucho y no encontraron espacio en la sociedad porque eran raros, se sentían extraños. Hoy serían un equivalente del movimiento punk.

¿Qué características o circunstancias sociales que los intelectuales de inicios de siglo XX rechazaban en ese momento se mantienen hasta ahora?
La mojigatería. El miedo a plantear directamente lo que somos, lo que queremos de nuestro interlocutor o de un proyecto político o económico.

También estaban aterrados de ese mundo vertiginoso que empezaron a vivir. Claro, porque les tocó la segunda revolución industrial. Pero esto no pasó solo en Ecuador. Muchos pensadores reaccionaron contra los niveles de consumo exacerbados que se impusieron para que el aparato económico se moviera. Si resucitan, se vuelven a morir… Es terrorífico lo que nos ha pasado. Y lo veo con indignación y a la vez con una enorme esperanza, porque ya hay gente que no quiere tener un carro ni quiere gastar cuando no lo necesita, gente que quiere comer saludablemente; gente que ya no quiere nada en Navidad. Son grupos pequeños todavía.

Usted que está en la academia y en otros círculos intelectuales, ¿qué dice la intelectualidad local respecto de estos problemas cotidianos, o sigue solo enfrascada en la política partidista?
La obsesión con la política es otra de las herencias problemáticas de los siglos XVIII y XIX, y creo que es un peso que ya deberíamos dejar de cargar como sociedad. Siento que a los intelectuales nos importa un pepino la política, no hablamos de política. Yo hablo con mi hijo, hablo con poetas jóvenes y a ellos eso no les interesa, ni siquiera quieren ver los periódicos, porque están cargados de temas políticos.

¿De qué hablan?
De lo cósmico, de qué tipo de vidas habrá fuera de nosotros. Mucho también de las relaciones más intuitivas; de aprender nuestros oficios y de rechazar el discurso oficial que no significa nada. Hablamos también del lenguaje real y del lenguaje creado para convencerte de que tienes que seguir a tal político o comprar tal producto o de que tienes que ir a tal sitio.

Están ejerciendo una rebeldía un poco menos mediática, menos expuesta…
Yo tengo ideas que entre comillas podrían llamarse de izquierda, pero no quiero militar en ningún partido porque no quiero que me quiten mi libertad. Quiero tener voz para decir lo que tengo que decir.

¿Coincide con la percepción de que habido una desaparición de los intelectuales? ¿ Será autocensura o acomodamiento?
Muchos intelectuales, y buenos, han sido absorbidos por el Gobierno y eso les ha dejado sin voz. Porque cuando te pagan 6 000, 7 000, 8 000 dólares y estás muy claro que si haces algún tipo de declaración incómoda estás fuera, es comprensible que prefieras callarte.

Entonces ¿el país ha perdido en este proceso o ha ganado porque se abrieron espacios para otras voces?
El país ha perdido algunas mentes lúcidas durante este proyecto revolucionario; y la Revolución Ciudadana ha ganado. Respecto a la necesidad de dar respuesta a las preocupaciones sociales sí que hemos perdido, ya no hay discernimiento. Y también hay que ver que se está gestando un cuerpo intelectual más joven, conformado por cineastas, por ejemplo, o por poetas, y eso puede enriquecer el debate.

Seguramente es poco lo que podrán decir los cineastas de manera crítica, por el apoyo enorme que han recibido de este Gobierno.
Es posible que sea muy difícil, pero hay gente que está tratando de conseguir fondos internacionales para poder estar más libres, para ser librepensadores.

Los intelectuales antes pasaban por las páginas de opinión de los periódicos, ¿la intelectualidad sigue estando en esas páginas?
Quizá los intelectuales mayores. Pero los periódicos, y me refiero a todos, no han sido capaces de captar gente más joven, con otras inquietudes. Yo creo que deberían hacer el esfuerzo de buscar nuevas voces.

Ivonne Guzmán.
iguzman@elcomercio.com


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