El dolor como parte esencial de la cultura

Religión, anatomía, legalidad, psicología son algunos de los campos que trazan su relación con la ‘Historia cultural del dolor’, una investigación de Juan Moscoso.

20 abril 2014.

Cada Viernes Santo se repiten las escenas de la pasión de Cristo. Látigos fustigan las carnes en los ‘vía crucis’ que se representan en las villas y asentamientos del mundo católico. Más verónicas se deshacen en lágrimas ante el teatro de una angustia que año tras año se vuelve a sentir, como penitencia y demostración de fe o como estrategia de la ilusión. Lo que resta es la constatación del dolor como esencia y valor cultural; la imposibilidad de vivir sin él. Para reflexionar sobre ello, el profesor español Javier Moscoso, entre el saber teórico y el conocimiento empírico, concretó una investigación en el libro ‘Historia cultural del dolor’ (Taurus, 2011).

“Aunque el dolor o el sufrimiento se entroncan con las emociones humanas, su historia no se ubica ni en la historia de las pasiones ni en la historia de las ciencias. La historia del dolor remite a la historia de la experiencia, es decir, a la historia de lo que es al mismo tiempo propio y ajeno, de uno y de otros, individual y colectivo”, aclara Moscoso en las líneas de su texto. Las categorías que usa el autor para estructurar su estudio resultan clarificantes para comprender el total significado del dolor en la cultura occidental: representación, imitación, simpatía, adecuación, confianza, narratividad, coherencia y reiteración. Las procesiones y escenas de la Pasión, a las que el ecuatoriano resulta especialmente adepto (es un país de mayoría y tradición católica) se corresponden con el hecho representativo de una puesta en escena. También, con la acción imitativa de los figurantes que recorren las calzadas cargando cruces y soportando martirios, y con la respuesta simpática -compasiva- de la multitud que se congrega como cómplice de la experiencia.

“La magnitud del tormento dimensiona la intensidad del milagro: cuanto más inhumano sea el primero, más sobrehumano será el segundo”, escribe Moscoso, en su capítulo sobre la representación. Este es un apartado que echa mano de las obras pictóricas de Grünewald, Brueghel El viejo o el Bosco -entre otros- y de la existencia del teatro anatómico para ilustrarse. Partiendo del ejemplo egregio de Jesucristo, redentor desde el madero, y la imitación desde las celdas de claustros y monasterios, Moscoso traza las relaciones entre el dolor y sus usos religiosos. Mártires y santos, beatas y vírgenes asumen el padecimiento como bendición del cielo, y terminan por mostrarse (mediante la plasmación del gesto como expresión inevitable del dolor) como seres ilógicos e imposibles. Mientras esboza su ensayo, Moscoso también trata al dolor como resignación del ser o como castigo (basta con mirar, otra vez, la representación del Infierno que decoraba y educaba desde los muros de la Iglesia de la Compañía).

Mas, las lecturas sobre el dolor que propone esta historia no se encierran en el carácter religioso. También se trata su incidencia en los estudios anatómicos; su presencia en piezas clásicas de la Literatura -el Quijote por sobre todas, aunque bien cabría la mención de los descriptivos poemas homéricos-; la asociación con la enfermedad; su presencia en las prácticas masoquistas; sus usos en el ámbito legal; su sello en los cuadros psiquiátricos; y el dolor ‘intratable’ que deriva de las guerras. Como colofón, el autor revisa los tratamientos analgésicos, consiguiendo con ello, incluso, una perspectiva desde la farmacéutica. En ese sentido, si el enfoque sobre la representación del dolor en relación con la religión hallaba su complemento en las gráficas de mártires degollados, santas y beatas en sufrimiento, el autor también acierta en recoger tratados de la Ilustración europea que sitúan al dolor y al placer como motores de los seres sensibles, ilustrando tal época con dibujos de pacientes torturados para beneficio de la ciencia. En la parte más ligada a la anatomía, el libro no hace ojo ciego frente a los dolores de muelas, a los de parto y a los quirúrgicos.

Además, las reflexiones que se extienden desde la prosa y la pesquisa de Moscoso también apuntan a la indiferencia ante el dolor, como signo de la sociedad contemporánea, la cual podría considerarse afortunada -por acción de los avances médicos- frente a los abominables padecimientos del pasado. Habría que tomar en cuenta la fascinación del habitante del siglo XXI por las representaciones del dolor carentes de justificación, ajenas a cualquier orden moral, correspondientes con la espectacularización del sufrimiento, con el distanciamiento frente a él. Esta mirada sobre la contemporaneidad también abre la lectura de ‘Historia cultural del dolor’ y reclama nuevos cuestionamientos y conjeturas con respecto al traslado simbólico -que corresponde a nuestra época- del cuerpo hacia el campo de la tecnología. En ese sentido, qué carnes son las que se deshacen, acaso la de las máquinas o las del ser virtual que nos significa estos días. ¿Qué dolores nos corresponden en el contexto actual? Será que el dolor, en tanto fenómeno social, es crónico o agudo, tolerable o incapacitante, tratable o resistente...

Flavio Paredes Cruz. Editor
paredesf@elcomercio.com

Javier Moscoso
Madrid, 1966. Doctor en Filosofía. Profesor de investigación de Historia y Filosofía de las Ciencias en el Instituto de Filosofía de CSIC. Además es autor de varias monografías y publicaciones en revistas especializadas y ha comisariado exposiciones, una de las más recientes fue ‘SKIN’, que convocó a más de 100 mil personas en la galería Wellcome Collection de Londres. El libro ‘Historia cultural del dolor’ lleva en su interior tres apartados con ilustraciones y obras pictóricas que dan cuenta de representaciones medievales, del Renacimiento y de la Ilustración.

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