El ritual del cinco purifica a las Almas del campo Azuayo

El baño del cinco es una tradición que data del siglo XV. El objetivo: ayudar a que el alma del difunto pase a otra dimensión y no sufra.

09 Marzo 2014.

Al quinto día del fallecimiento de una persona se cumple el ritual ‘Pichika’, que significa el cinco. La tradición se conserva en las comunidades rurales del Azuay. Consiste en lavar la ropa del difunto y sus objetos más queridos en los ríos, quebradas y también en pozos.

Una de estas comunidades es la de Morascalle, en la parroquia Tarqui, que pertenece al cantón Cuenca. Se accede por un camino empinado, estrecho y de lastre. Pronto se divisan casas aisladas en medio de los grandes maizales.
Entre estas viviendas está la de la familia de José Francisco Zhingre. Él murió, a los 70 años, el pasado 26 de febrero. En la casona de adobe de una planta se congregaron en el patio de tierra, el pasado sábado 1 de marzo, los familiares y amigos de Zhingre. El objetivo: cumplir el ritual del cinco.
La práctica pretende ayudar al alma del difunto a llegar a otra dimensión sin las ataduras de la vida terrenal.

Los hijos de Zhingre sacaron la ropa del padre para lavarla en tinas detrás de la casa. El ­pozo cercano estaba sin agua por la sequía de días pasados. Rosa Vele, cuñada del fallecido, recordó que cuando era niña la ropa de los muertos solía lavarse con zumo de penco y no con jabón, como lo hacen en la actualidad.
Vele, habitualmente, iba al río Tarqui para el baño del cinco. Hace un mes Rosario Vele, vecina de los Zhingre, fue a cumplir el rito del lavatorio en el Tarqui. Don Gonzalo Pizarro, su consuegro, murió. Esta azuaya de 84 años buscó una piedra lisa para sentarse en la orilla y lavar las prendas. El esposo, Resurrección Muñoz, lavó las cobijas.
Vele se afanó en cambiar de puesto las cosas del difunto, como símbolo de purificación y para que “el alma no pene” (sufra). “Cuando falleció un vecino no hicieron el cinco y escuchaban voces del difunto”.

Mientras, una humareda se veía en el patio de tierra de la casa de Francisco Zhingre. Un grupo de mujeres cocinaba, la congoja se veía en los rostros, no tenían ánimo para hablar más sobre la muerte de su tío. En ollas grandes y tiznadas por la leña preparaban seco de pollo, mote casado (fréjol revuelto con mote) y agua de frescos, comida que repartieron a quienes fueron parte del antiguo ritual.

Los sitios abundan
También convidaron un caldo de res, sacrificada el día que falleció Zhingre. Tamara Landívar, antropóloga, coincidió con la visión espiritual: según las creencias ancestrales, hasta ese día el alma ha salido ya del cuerpo. Por ello, antiguamente los velatorios duraban siete días.

A su vez, el historiador Marcelo Quizhpe dijo que el baño está apegado al temor que los humanos tienen a la muerte. Cumplen con este lavatorio para que el alma no regrese a la casa; recalcó que entre los campesinos persisten creencias y una riqueza cultural arraigadas. Marcelo Quizphe dijo que los registros indican que la tradición del lavatorio nació en el siglo XV.

La ropa estaba lista. El otro paso, lavar los objetos más queridos y moverlos a otros lados: una pala, un pico y una barreta pertenecían a Zhingre, quien las utilizó en sus labores de agricultor.

Es un día de unión, de bromear un poquito en medio de la pena; de mostrar afecto y solidaridad, de tratar de que los deudos se fortalezcan luego de la muerte de su familiar. Esto vivió Lizardo Zhagui, dirigente de la parroquia de Tarqui.
Él participa en estos rituales desde su niñez y recordó que los cantos y rezos en quichua predominaban, mientras se lavaba la ropa. Esta vez se enteró de la muerte de Zhingre al escuchar el sonido agudo de la campana ‘macho’, durante siete veces, porque si era mujer resonaba la campana ‘hembra’ de ruido grave. Este eco se escucha apenas fallece la persona y el día del sepelio.
“Otro elemento importante en el baño del cinco es la cruz”, mencionó el párroco Eduardo Vele, porque representa el respeto al muerto. Allí se escoge a un personaje: un hombre cuya tarea es propiciar el antiguo juego del ‘huairo’. En la orilla del río, los familiares lanzaban huesos de res o de llama. Parecen dados. Las personas cumplían penitencias o, de lo contrario, la creencia dice que el hueso del ­‘huairo’ les asustará.

En los ríos Jubones, de Santa Isabel; Santa Bárbara, de Gualaceo, Déleg; en Azogues; Yanuncay, en Barabón, también se hace el baño del cinco. En este último, el domingo de Carnaval la familia de María Rosa Elena Quizhpe efectuó el baño en este caudaloso río. Muchas familias lavan palas y azadones, si el esposo fue agricultor; pianolas, clarinetes y trompetas si fue músico; si trabajó de albañil lavan la plomada, el bailejo...
La ropa de María Rosa Elena era la única que no se golpeaba contra las piedras en señal de respeto. “Las costumbres varían en cada poblado”, dijo Marcelo Quihzpe. Lo que siempre está presente es lavar en el río con el propósito de desvanecer las energías del fallecido, para que su alma no regrese a casa y persista la paz. Luego de tres horas de lavar la ropa y arreglar la casa del difunto José Francisco Zhingre, la familia y amigos rezaban un padrenuestro y un avemaría, las oraciones preferidas. Además, esparcieron agua bendita en el hogar. Era la señal para que el difunto les proteja y al fin descanse.

Mariuxi Lituma
mariuxil@elcomercio.com

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