EL POETA EN SU LABERINTO DE SOLEDADES Y OTREDADES

El 31 de marzo se cumplen 100 años del nacimiento de Octavio Paz, poeta y
ensayista de los más lúcidos de las letras en lengua española y que generó amores y odios.

09 Marzo 2014.

D ecían los mexicanos que el mayor problema de la cultura de su país era que descansaba en Paz. Se trataba de una pieza magistral de humor para explicar el carácter inevitable, predominante y polémico del poeta Octavio Paz, cuyo centenario de nacimiento se celebra este 31 de marzo. Premio Nobel en 1990, Paz no tuvo el privilegio de llenar un estadio de fútbol como sí lo hizo su amigo Pablo Neruda, un año después de haberlo ganado en 1971. Muchos dirán que se trató del nacionalismo exacerbado porque los pueblos festejan los triunfos de los individuos como si fueran propios.

Seguramente, a Paz no le hubiera interesado aquello. En su labor de poeta y pensador de la poética –entendiéndose esta como efecto y experiencia estéticos-, nunca tuvo un conflicto con aquello de “un arte para pocos”, que no es otra cosa que “la libre respuesta de un grupo que, abierta o solapadamente, se opone ante un arte oficial o la descomposición del lenguaje social”, según escribió en su ensayo ‘El arco y la lira’.

Por su año de nacimiento, Paz, y así lo reconoció, es “hijo de la revolución mexicana y de la vanguardia” artística de principios del siglo XX. Las dos son el germen de su obra y también fuente de sus contradicciones y oposiciones. Nada más terrible para él que el nacionalismo mexicano, pero nada tan grave, al mismo tiempo, que el malinchismo (de Malinche, amante e intérprete de Hernán Cortés, el conquistador de México).

En él conviven el México plural y la universalidad, el mirarse en el otro. “La otredad nos constituye –escribe en ‘Postdata’-. Somos nosotros mismos los que nos escapamos cada vez que intentamos definirnos, asirnos (…) Cada vez que afirmamos una parte de nosotros mismos, negamos otra”.

El caso es que Octavio Paz fue amado, venerado, pero también despreciado, tanto en lo político como en lo cultural. El movimiento infrarrealista, con Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro a la cabeza, lo odiaban. Lo calificaban de “dictador de medio pelo”. En la novela ‘Los detectives salvajes’ de Bolaño lo consideraban como “nuestro gran enemigo”, un “poeta estatal” (lo que contradice aquello del arte para pocos como oposición al oficial).

Por eso, el objetivo infrarrealista, que en la novela serían los realistas viscerales, era “partirle su madre a Octavio Paz”. Y de algún modo lo lograron. En el anecdotario de la literatura mexicana, queda la irrupción de José Luis Benítez cuando Paz dijo la palabra “luz” en un recital. El infrarrealista comenzó a gritar “¡mucha luz! ¡Viva la luz! ¡Yo quiero luz, que dance luz, que venga la luz!” -¿Qué tiene en contra de mí? –preguntó un Paz enfurecido.
-Un millón de cosas –respondió el infrarrealista a quien apodaban ‘Bunker’.
-¡Saquen a estos provocadores !–gritó Paz. En una entrevista, José Vicente Anaya, otro infrarrealista, recordaba que la disputa con Paz fue cuando éste había manifestado su preocupación de que la poesía mexicana ya no tenía continuidad. “Entre líneas se entiende que Octavio Paz estaba pidiendo poetas que lo siguieran a él”, dice. El resultado fue que el público hizo caso al pedido de Paz. A los infrarrealistas se les cerraron las puertas en el D. F. y no pudieron publicar sus textos. Muchos dejaron la literatura; otros dejaron la ciudad.

La cultura de México, entonces, descansaba en Paz. Pero muchos años después, en la feria de libro de Santiago de Chile, Bolaño, ya consagrado, reconoció en Paz al gran poeta que se animó a escribir sobre el erotismo y ser uno de los ensayistas más lúcidos de nuestra lengua, aunque lo detestara y afirmara que mucha de la poesía “de su edad adulta es, en ocasiones, hasta infame”.

La fe revolucionaria
En esta hegemonía cultural paciana, su pensamiento político fue algo que también le dejó enemigos. En su tiempo en el colegio San Ildefonso, de donde salieron grandes escritores, como Alfonso Reyes o Carlos Pellicer, mostró sus inclinaciones revolucionarias y aunque no se afilió a ningún partido, fue más cercano al comunismo.
“La revolución universal toca y modela a toda esta generación del 30. No creíamos en la democracia, sino en cambios radicales y violentos. Algunos se fueron al fascismo y la mayoría al comunismo”, dijo en una entrevista al canal 11 de México.

Siendo muy joven, en 1937, fue invitado por Pablo Neruda y Rafael Alberti al congreso antifascista en Valencia, durante la Guerra Civil española. Pero la falta de humildad (leer Nocturno a San Ildefonso) de los revolucionarios, la lectura de ‘Regreso de la URSS’ de André Gide y las atrocidades del stalinismo hicieron que se enfrentara con sus amigos y los perdiera, entre ellos Neruda.
Calificado de derecha, el círculo literario se le había estrechado. Salió del país hacia Estados Unidos. Allí concibió una de sus obras principales: ‘El laberinto de la soledad’, en la que se propuso entender al mexicano. En otro tipo de ensayos, como ‘El ogro filantrópico’ y ‘Postdata’, se dedicó a entender la política.

A despecho de lo que han dicho sus contradictores políticos, no fue un hombre que defendió al libre mercado como la panacea del desarrollo y la democracia, a pesar de haber abrazado el liberalismo. Más bien estuvo siempre en conflicto con los dos sistemas que gobernaron el siglo XX: el imperialismo y el comunismo.
Ahí está una de sus contradicciones. Según Enrique Krauze, no culminó su travesía liberal porque nunca abandonó del todo su origen revolucionario. Lo que vislumbró Paz fue el rostro desalmado del Estado contemporáneo, fuese socialista o capitalista, “que se ha revelado como una fuerza más poderosa que la de los antiguos imperios y como un amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas. Un amo sin rostro, desalmado que obra no como un demonio sino como una máquina”.
Paz, dice Krauze, era un revolucionario “a través de la poesía y el pensamiento” y la democracia liberal no podía conformar al poeta porque “era demasiado insípido y formal”.

Santiago Estrella G.
sestrella@elcomercio.com

Octavio Paz (1914-1998),
a pesar de sus críticas al comunismo y al imperialismo, nunca abandonó su fe en una revolución.

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