El pensador y literato italiano desentraña en el principal ensayo de este libro esa tendencia arraigada, casi patológica de las sociedades, a darle un rostro al enemigo.
23 marzo 2014.
¿ Es posible que exista un pueblo que no tiene enemigos? Todas las naciones, de Oriente y Occidente, cristianas y musulmanas, ricas y pobres, necesitan un enemigo para amalgamarse, fundirse bajo el emblema de la soberanía.
Desde los albores de la civilización, el enemigo es indispensable para plantear un férreo frente y aplacar así el miedo al distinto. Las élites y pensadores, cronistas, líderes políticos y religiosos lo han necesitado. Precisamente, ‘Construir al enemigo’ es el nombre con que el pensador y literato Umberto Eco titula a su libro, que recopila varios textos de ocasión. Así, con la humildad que solo otorga la erudición, Eco nos lleva de la mano hacia las profundidades de temas inexplorados. En la pieza que da el nombre a la obra, sin duda la más sorprendente, el autor de los clásicos ‘El nombre de la rosa’ (1980) y ‘El péndulo de Foucault’ (1988), desentraña esa tendencia de las sociedades -casi patológica- a pintar y dar un rostro al enemigo.
Tener un enemigo es importante no solo para definir nuestra identidad. También para procurarnos un obstáculo respecto del cual medir nuestro sistema de valores. “Por lo tanto, cuando el enemigo no existe, es preciso construirlo”, sentencia Eco, sobre la base de documentos históricos y tratados de diferentes épocas.
Los enemigos son, por excelencia, distintos a nosotros. Uno de los que mejor encaja en ese personaje es el extranjero. Los judíos son de los primeros en cargar esa cruz. “Consideran profano todo lo que nosotros tenemos por sagrado, y todo lo que nosotros aborrecemos por impuro es para ellos lícito (…). Los judíos son raros porque se abstienen de comer carne de cerdo, no ponen levadura en el pan, se casan solo entre ellos, no veneran a nuestros césares”, indica el cronista Tácito, que Eco cita como uno de tantos botones de muestra. “Monstruoso y hediondo será, por lo menos desde los orígenes del cristianismo, el judío; visto que su modelo es el Anticristo, el archienemigo, el enemigo no solo nuestro sino de Dios”. Con las migraciones se perfila otro enemigo, no externo sino interno: el extranjero. Entre ellos, “el más estigmatizado, por su color, es el negro”.
En la entrada de la primera edición americana (1798) de la ‘Enciclopedia Británica’, se leía: “Los vicios más conocidos parecen ser el destino de esta infeliz raza: ocio, traición, venganza, crueldad, robo, mentira, lenguaje obsceno, desenfreno (…), vicios que han acallado las reprimendas de la conciencia”. Bajo esta perspectiva, el negro es encasillado como feo. “El enemigo debe ser feo, subraya Eco, porque se identifica lo bello con lo bueno y una de las características de la belleza ha sido, desde la Edad Media, lo que se denominará ‘integritas’ (tener todo lo que se necesita para ser un representante medio de una especie; por lo cual, entre los humanos, serán feos los que carecen de un miembro, de un ojo, tienen una estatura inferior a la media o un color ‘deshumano’)”.
Eco es un cirujano del discurso, de los contextos históricos, del significado y del significante de las palabras. Disecciona, con abundantes pruebas, la forma en que los prejuicios se adhieren a los conceptos, los penetra. Impunes. Evidencia como se deforma la ‘realidad’, en el mundo virtual de la información de masas.
La lista de enemigos y sus calificativos es abundante; pocos sortean el estigma. El sarraceno (musulmán), el gitano, se cuentan entre los blancos preferidos. A veces, el enemigo se percibe como distinto y feo porque es de clase inferior. Y entre ellos los portadores de fealdad han sido el delincuente nato, la prostituta, la bruja, las mujeres. “La mujer es un animal imperfecto, reconocido por mil pasiones desagradables y abominables solo de pensar en ellas, por no hablar de razonar en ellas. Ningún otro animal es menos limpio que ella (…)”, escribió Giovanni Boccaccio en la Edad Media. Eco lo cita y luego desenmascara a connotados científicos medievales que, a su tiempo, alimentaron la cadena de prejuicios y odios exacerbados, que hoy explican, por ejemplo, las razones del feminicidio.
Eco no deja cabos sueltos. No hace alarde ni divaga en un mar de ideas brillantes, abstractas. Es un filósofo con los pies en la tierra, que recorre los vericuetos de las historias con datos insólitos. Entonces, solo entonces, remata, anclado a los hechos. “La figura del enemigo no puede ser abolida por los procesos de civilización y también es utilizada por hombres mansos, pacíficos, bien intencionados”. La imagen del enemigo se desplaza de un objeto humano, a una fuerza natural o social, que se ha transformado en una amenaza, que debe ser aplacada. Sometida por el bien común. Aquí encajan los enemigos supremos de nuestro tiempo: la explotación capitalista, la contaminación ambiental o el hambre en el Tercer Mundo.
El miedo es un acompañante inseprable de la construcción del enemigo. Esos temores justifican muchas cosas, incluso la guerra que se desata contra el diferente. Los ejemplos abundan desde las cruzadas. Eco pone el dedo en la herida y concluye: el otro es insoportable porque no es nosotros. y reduciéndolo a enemigo nos construimos nuestro infierno en la tierra.
‘El cementerio de Praga’, el antecedente
Construir al enemigo también es el tema de fondo que domina por completo El cementerio de Praga, última novela de Umberto Eco. Esa arista fue destacada en una nota crítica publicada por el diario ABC, de España. “En aquella ocasión se trataba de la construcción y difusión de un texto imaginario, el Protocolo de los Sabios de Sión, con objeto de demonizar a todo un pueblo y una religión. Un brillantísimo ensayo, una verdadera y escalofriante antología, a través de la Historia, de la injuria al diferente, el extranjero, el indeseable. Agravio que, en ocasiones, alcanza dramáticamente la cumbre del ridículo convirtiéndose en verdadero insulto a la inteligencia en su paranoico afán de contener precisamente a unos supuestos ‘bárbaros’. Bárbaros designados, en cada momento, como peligro para nuestra civilización, la que normalmente se autodenomina así –en contraposición a otras que no lo son–: occidental. “¿Es posible la erudición divertida, seducir mediante la cita culta? Este perverso mecanismo, alimentado sin interrupción hasta nuestros propios días, alcanza sutiles o brutales recorridos. Para tener a pueblos y supuestas amenazas a raya es necesario «el Enemigo», la invención y paciente construcción de un enemigo, nos dice Eco.
“Repetidos hasta la saciedad, desde la Edad Media hasta las últimas guerras mundiales y el moderno antisemitismo, y difundidos a través de libros, folletos, consignas, pasquines o leyendas populares, aquellos burdos insultos, como las mentiras de Goebbels, surtían sus efectos de odio y temor deseados, expulsaban al extranjero...”.
Arturo Torres
Umberto Eco
Es miembro del Foro de Sabios de la Unesco desde 1992. Además de literato y filósofo, Umberto Eco (nacido en 1932 en Alessandria) ha sido durante muchos años titular de la cátedra de Semiótica en la Universidad de Bolonia. Su obra cumbre en este campo es el ‘Tratado de semiótica general’, publicado en 1975.
Sin embargo, lo que más fama le ha dado son sus novelas ‘El nombre de la rosa’ y ‘El péndulo de Foucault’. Es autor también de ‘Los límites de la interpretación’ (1992), ‘La isla del día antes’. Suyos son además los textos ‘Historia de la belleza’, ‘Historia de la fealdad’ y ‘Vértigo de
las listas’.