Himnos, entre la irreverencia y el amor cívico

Las sociedades han tenido una relación ambivalente con los signos patrios según el contexto histórico.

13 abril 2014.

Casi en toda América Latina hay una coincidencia: su himno es el segundo mejor del mundo. Se lo logró en algún concurso mundial que se realizó nadie sabe en qué año ni en qué lugar. Y aunque muchos pudieron creer que fuera cierto, lo más asombroso e inexplicable no es el detalle de este empate masivo, sino que todos acordaran que La Marsellesa ocupa el primer lugar.

Quizá por eso no debería resultar asombroso, en momentos en que la palabra patria adquiere nuevas dimensiones, que la Supercom obligara -aunque suspendiera luego- a la televisión y a las radios a transmitir dos veces al día el Himno en español y en quichua. Seguramente los autores de esa resolución olvidan que en la tradición no solo está el respeto a las “sagradas notas” sino también la irreverencia de aquellos a quienes precisamente hay que inculcarles ese amor: los niños. No debe haber ecuatoriano alguno que, en algún momento de su niñez, no intercalara ­­entre dientes “papas con ají// ya me las comí” entre cada “¡gloria a ti!”.

Quizá los niños no tienen totalmente incorporada la reverencia a los Símbolos Patrios. Entender aquello de ‘lo sagrado’ -patrio o religioso- forma parte de una imposición que bien pudiera resultar dolorosa, como lo es toda tarea pedagógica, como lo sostuvo el antropólogo Claude Lévi-Strauss. Los amores patrios tienen esa rara combinación de ser un ideal nacional y una imposición que no siempre tiene sus frutos.

El respeto a los símbolos patrios empieza con la educación. Cada lunes, en el minuto cívico, bajo un sol calcinante y en formación cuasi militar, se debe cantar dos o tres himnos: el nacional, el de la ciudad y/o el del colegio. Y requisito para graduarse era recitar de memoria las seis estrofas de su letra, escrita por Juan León Mera.

Nacidos con los procesos independentistas, los emancipadores necesitaban de una canción que los alentara en sus objetivos. Así ocurrió con La Marsellesa, con Star-Spangeled Banner o con el himno argentino, escritos cuando aún libraban batallas. Otros fueron creados algún tiempo después, cuando las repúblicas pretendían consolidarse. Tuvieron un largo proceso de ratificación que terminaría, también en muchos casos, en el siglo XX.

Del Himno ecuatoriano hubo dos versiones anteriores -una de José Joaquín Olmedo y otra anónima- de la que Mera tomó algunas figuras para su texto definitivo de 1865. Es la versión que se canta hoy, con algunas modificaciones a la música de Antonio Neumane.

Pero la pregunta que ronda es si las libertades de las que hablan los himnos siguen siendo vigentes, además de los usos políticos que se los puede dar. Y quizá más contundente que cualquier estudio simbólico es el ‘sketch’ de Les Luthiers denominado ‘Himnovaciones’, que no se aleja en mucho de esta iniciativa de la Supercom o la de una asambleísta que pro­puso modificar el escudo.

En esa escena, dos representantes de la Comisión de mantenimiento y actualización ­permanente de la canción patria (la Comacpecapa) acuden a un músico para que incorpore los ideales del gobierno. Además debía inventarse un enemigo, que para el caso será Noruega porque ya con España no hay conflictos.

Revisar los himnos, renovarlos, ha sido una constante. Pero han sido formales y han debido pasar por los parlamentos. Pero no solo fue usado para inspirar sino también como vehículo de la rebelión. El caso paradigmático ha sido Estados Unidos antes de los grandes eventos deportivos. Pero también fueron signos de rebelión. Y el mundo habló de lo que hizo Jimmy Hendrix en Woodstock.

En el Colegio Dámaso Centeno, de Buenos Aires, un estudiante pidió que se cantara la versión de Charly García. En ese colegio, regentado por militares y donde había cursado el músico, no fue posible. Años después, esa versión sería interpretada en la fiesta oficial de la Independencia.

El artista plástico Miguel Alvear recuerda que en su infancia, en tiempos de dictadura, la rebelión vendría contra esas imposiciones de corte fascista. El que ahora gente que vivió esas dictaduras recurra a esas canciones patrias (no solo al Himno) es producto de que las vieron útiles.

Las obligaciones cívico-educativas no siempre brindan los resultados que se aspiran. ­ Hace no mucho había una materia que se llamaba historia de límites. Su objetivo parecía ser educarnos en la derrota. Nos decía que alguna vez fuimos inmensos hasta tocar el Atlántico y que finalmente terminamos siendo... ¡esto!

Santiago Estrella G.
sestrella@elcomercio.com

El minuto cívico permite pasar del fervor cívico a la rebelión en ­pocos segundos.

VISITE TAMBÍEN: