Carl Marx vuelve en su real humanidad

La obra de Carl Marx está llena de contradicciones y vacíos. Y eso se explica en su vida personal y en las circunstancias históricas en las que vivió.

13 abril 2014.

Carl Marx es al comunismo lo que el comunismo es a Carl Marx y al marxismo. A pesar del absurdo que puede encerrar la frase, más o menos así es como la mayor parte de la historiografía ha visto la relación entre quien es considerado como el fundador del comunismo moderno y el sistema que supuestamente propone su teoría.

Incluso, muchos de los que piensan que el sistema político que ha operado en los países llamados comunistas fue una deformación de la propuesta de Marx, sostienen que su obra es un todo perfectamente coherente y articulado. Un cuerpo teórico sin contradicciones ni vacíos. Incluso sin que tras de él haya un ser humano con traumas , odios y amores.

Es aquí donde entra ‘Karl Marx: a Nineteenth-Century Life’, la hercúlea biografía de Marx escrita por Jonathan Sperber y que ha sido ya traducida al español y publicada por Galaxia Gutemberg, con el título de ‘Karl Marx. Una vida decimonónica’. Según esta biografía, Marx fue un pensador atravesado por un sinnúmero de circunstancias personales e históricas que moldearon un conjunto teórico contradictorio y muchas veces muy poco coherente y sólido.

Básicamente, Sperber sostiene que Marx fundamentó sus tesis sobre la base de un marco filosófico hegeliano, que para la época en que concibió sus tesis había sido ya superado por el positivismo. Además, que su conocimiento y su visión sobre economía política se fun­damentó en David Ricardo, quien basó su pesimismo sobre el futuro del capitalismo en la etapa crítica de la incipiente industrialización en Inglaterra. Y como si fuera poco, que su modelo revolucionario casi siempre fue la Revolución Francesa, que constituye un clásico modelo de comportamiento político del siglo XVIII.

Marx es, según Sperber, un pensador del siglo XIX al que no se lo puede considerar una mente contemporánea. Es un teórico anclado en el pasado, sostiene.

Para Sperber, tampoco es posible entender al personaje sin tomar en cuenta las circunstancias personales que le tocó vivir. Marx aparece como un atormentado a quien le costaba muchísimo cumplir con los plazos que tenía para acabar sus escritos y que sufrió inmensamente en su vida por la estrechez económica que le impidió vivir como el burgués que siempre fue. El personaje, que para muchos simboliza al académico que podía pasar 12 horas diarias en la biblioteca del Museo Británico, era un padre amoroso y un esposo dedicado, que durante largas épocas de su vida pasaba más tiempo evadiendo a los acreedores que estudiando economía política.

Y, claro, un personaje así difícilmente encaja en el modelo de virtuosismo y coherencia que los regímenes que se declararon sus herederos reclaman para su “inspirador”. Es llamativo el episodio en el que luego de la muerte de dos hijos y en medio de la miseria que significaba vivir en Londres sin un ingreso fijo, la empleada de los Marx queda embarazada de Carl quien, en su intento por salvar su matrimonio con Jenny, convence a su incondicional amigo Frederick Engels para que asuma la paternidad.

Marx, el que para mucho en el siglo 20 ha sido visto como el activista político más influyente de la modernidad era en verdad una persona a la que le costaba inmensamente entablar conexión con la clase trabajadora y que fue mucho más exitoso como periodista militante que como agitador social. Y como periodista defendió a capa y espada la libertad de expresión e incluso el libre mercado. Esta complejidad alrededor de Marx permite explicar cosas que sus herederos ideológicos han preferido ignorar y esconder, como un discurso en Colonia, donde repudió cualquier idea que haya podido tener a ­favor de la llamada dictadura del proletariado.
Fueron sus pasiones personales las que moldearon muchos de sus escritos. Sus rencillas con grupos a los que perteneció en su juventud ­-como los Nuevos Hegelianos o los Verdaderos Socialistas- lo llevaron a escribir obras que muchos más tarde se consideraron sólidas referencias teóricas del comunismo.

Dice Sperber que sobre este laberinto intelectual, al mismo tiempo fragmentario y abrumador, una guía útil es la descripción hecha por Ferdinand Lassalle, en 1851, sobre Marx: “Ricardo se hizo socialista, Hegel se hizo economista”. ¿Qué significaba ser hegeliano luego de 1850 cuando una nueva y distinta filosofía no hegeliana, el positivismo, está en ascenso?, se pregunta el autor casi al final del libro. El segundo tema al que apunta Lassalle en su frase, es que casi todo el conocimiento de economía política que tenía que Marx era moldeado por las ideas de David Ricardo. Marx intentaría elaborar su propia versión de la idea pesimista que Ricardo tenía sobre el futuro del capitalismo. Crearía de esa visión todo un sistema de política económica para demostrar cómo una economía capitalista, por sus particularidades internas, daría paso a una economía socialista. Para Sperber, la crítica de Marx al capitalismo se basaba en una crítica a lo que había ocurrido a inicios del siglo XIX cuando la industria recién aparecía en Inglaterra, y no al período de 25 años de prosperidad y crecimiento acelerado que siguió al año de 1850.

Sperber es firme en la idea de que no es posible liberar a Marx de toda culpa por las atrocidades cometidas por quienes se declararon sus legítimos herederos, como Stalin o Mao. Pero tampoco cree que todas esas atrocidades hayan sido inspiradas en sus teorías.

Martín Pallares. Editor

Jonathan Sperber
Estudió en la Universidad de Cornell y en la Universidad de Chicago, donde estudió con el historiador Leonard Krieguer. Desde 1984 es profesor en la Universidad de Missouri. Se ha especializado en historia europea del siglo XIX y su enfoque ha sido Alemania. También es historiador de la religión. Ha dicho que escribió esta biografía al ver que en lo que se dice sobre él hay una sobredosis de “contemporeanismo”.

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